
Edición Sunset
Enero 2025
Una entrega mensual online con información y recomendaciones sobre cine clásico, jazz y los artistas del pasado.

Tallulah Bankhead
Si hablamos de presencia escénica -o en la pantalla- y de una voz tan única como reconocible… es que estamos hablando de la screen goddess Tallulah Bankhead, nacida con ese nombre el 31 de enero de 1902 en Huntsville, Alabama.
Con un humilde inicio en el cine mudo, rápidamente halló su hábitat natural arriba de las tablas en Nueva York. Durante los años 20, obtuvo una enorme fama en los teatros de Londres, que implicó salas llenas y hasta club de fans. En esta época, impresionó a todos con su interpretación de la mesera Amy en They Knew What They Wanted de Sidney Howard.
En 1931, regresó a Estados Unidos para apuntar al cine, y trabajó tanto para Paramount como para MGM. Su primera película fue el drama Tarnished Lady (1931) de George Cukor. Luego protagonizó Devil and the Deep (1932) con Gary Cooper, Charles Laughton y un joven Cary Grant. Más tarde ese mismo año, trabajó en Faithless junto a Robert Montgomery, dirigida por Harry Beaumont.
Su paso por Hollywood en la era pre-code fue breve y rápidamente decidió regresar a Broadway, aunque su trabajo siguió conectado con la tierra del cine. Su comedia romántica Forsaking All Others (1933) tuvo un éxito modesto en el teatro pero la versión cinematográfica del año siguiente, liderada por Joan Crawford, fue un fenómeno de taquilla. Lo mismo ocurriría con Jezebel (1933) y Dark Victory (1934), que fueron llevadas al cine por Bette Davis, una actriz que, tanto por el parecido físico como por los roles compartidos, quedaría asociada a la figura de Tallulah.
Sin lugar a dudas, su período más destacado en teatro llegó a fines de los años 30 con su interpretación de Regina Giddens en The Little Foxes (1939), destacada como «una de las actuaciones más electrizantes en la historia del teatro estadounidense». Este es otro rol que Bette repitió en film aunque con un carácter diferente del de la legendaria interpretación de Tallulah. La actriz continuó deslumbrando al público en The Skin of Our Teeth (1942), reafirmando su fuerza imparable en las tablas.
En 1943, decidió darle una segunda oportunidad a Hollywood. Su versatilidad y complejidad actoral quedaron evidenciadas en Lifeboat (1944), dirigida por Alfred Hitchcock, probablemente su film más recordado, filmado íntegramente en un bote con diez personas dentro de un estudio.
Otro éxito en el escenario fue su reposición de Private Lives de Noël Coward en 1948. En la última parte de su carrera incursionó en la radio con The Big Show (1950–52), un programa de variedades de alto presupuesto de la NBC que le otorgó mayor reconocimiento entre el público y nos dejó más evidencias de su personalidad única.
Siempre oscilando entre la pantalla y el escenario pero con una fuerte preferencia por este último, Tallulah jamás pasó desapercibida, ya sea en un intenso melodrama familiar o en una comedia ligera. Su ingenio, humor, presencia arrolladora y facilidad para deslizar el texto no solo son inolvidables, sino la marca de un estilo de diosa de la actuación de las que no quedan más.
Connie Francis – You’re Nobody Til Somebody Loves You
Desde arriba de un piano, acompañada por una gran banda y haciendo completamente suya la canción, Connie Francis interpreta el clásico You’re Nobody Til Somebody Loves You en lo de Ed Sullivan. No hay canción en voz de ella que no se vuelva extremadamente poderosa.

5 películas de Paul Newman a 100 años de su nacimiento
Es el centenario de uno de los actores que marcó la pantalla grande en una era de cambios. Celina Alba Posse les recomienda 5 películas imperdibles del gran Paul Newman. ¡Pasen a leer!
Ray Bolger – The Great Ziegfeld
¿Listos para escuchar los taps más limpios y perfectos mientras ven un cuerpo que parece que se va a desarmar en cualquier momento? No hay dudas, es Ray Bolger. Genio entre los genios del entretenimiento físico y musical. Aquí lo vemos en el musical The Great Ziegfeld (1936) de MGM.

Ethel Merman
Fred Astaire: Tu voz es tan… tan… ¿Cuál es la palabra?
Ethel Merman: ¡FUERTE!
En esta página somos acérrimos defensores de la Primera Dama del Musical, una de las voces más desorbitantemente poderosas, distintivas e impactantes que la música popular oyó jamás. Ethel Merman es de esas figuras que parecen de otro planeta: se materializan de la nada en el mundo del showbusiness y transforman el arte para siempre.
Nos guste o no su estilo o el género musical -que de más está decirlo, acá nos encanta-, una cosa es segura: no hay discusión en su estatus de reina del entretenimiento en Broadway, ni de su impecable talento para clavar las notas en lo más alto del firmamento. «¿Por qué no intentás apunta a la luna?» le pregunta Fred Astaire en un dúo que a priori parece imposible por cuestiones de volumen, y sucede que el estilo de Ethel poco tenía que ver con la moda crooner que revolucionó el jazz en los años 50.
Ethel es una rareza que podemos ver en un show a sus casi 70 años cantando con una big band sin necesidad de micrófono. Es producto de esa magia que ocurrió a principios de siglo XX en donde el entrenamiento vocal clásico se unió con las canciones populares, originando un estilo de canto único que iría desapareciendo de a poco con la llegada del micrófono.
Su dicción perfecta y proyección singular la volvieron la intérprete ideal para aquella tríada celestial del American Songbook: Cole Porter, Irving Berlin y George Gershwin, quienes compusieron muchas de sus canciones más icónicas para ella. Porter dijo de ella: «Tiene la mejor enunciación de todas las cantantes americanas que conozco. Tiene un sentido del ritmo que pocos pueden igualar y su sentido de la comedia es tan intuitivo que puede sacar todo el valor de una línea sin exagerar».
Entre sus canciones más distintivas se encuentran I Got Rhythm, You’re the Top y There’s No Business Like Show Business, que en un lapso de 25 años interpreta siempre exactamente igual, sin perder un ápice de potencia. Además, protagonizó prácticamente todos los musicales importantes de la época de oro de Broadway: Girl Crazy, Anything Goes, Annie Get Your Gun, Call Me Madam, There’s No Business… y Gypsy, entre muchos otros.
En su inolvidable dúo en televisión, Ethel le dice a Judy Garland: «Somos las últimas de las grandes belters«. Ambas pertenecían a ese reducido grupo de cantantes que a mitad de siglo todavía interpretaban con una clara conciencia de que su forma de entretener era hacer que su arte llegue hasta el último rincón de cada teatro o estudio.
Pero su inconfundible forma de cantar no era obstáculo para ser emotiva, íntima y dulce cuando quería. Les dejo una prueba de esto en su película Call Me Madam (1953), junto con otras interpretaciones impecables de esta reina del musical.
Goody Goody – Ted Wallace / Benny Goodman
«Así que le diste tu corazón, como yo te di el mío, y lo rompió en mil pedazos. ¿Cómo te va ahora?». Sí, las canciones de despechados son más viejas que la peste y Goody Goody es uno de sus ejemplos de la era del swing.
Aquí tenemos esta composición de Johnny Mercer y Matt Malneck en su primera grabación en manos de Ted Wallace y su orquesta, que sería seguida por una versión de Benny Goodman con voz de Helen Ward. Ambas fueron grabadas a una semana de distancia en enero de 1936. La primera es mucho más hot jazz y la segunda más big band, con el sello inconfundible del sonido de Benny.
Ernst Lubitsch

Ernst Lubitsch: El mago
Después de ver una película de Ernst Lubitsch, nunca volverás a mirar del mismo modo un sombrero, un pañuelo o una puerta. Tampoco sentirás igual una risa, un juego de palabras o una mirada. Este gran cineasta entendió la naturaleza humana como pocos: se acercó a ella con un lente tan auténtico como natural, envolviéndola en el artificio de la comedia.
Lubitsch creó un lenguaje propio que sigue vivo en los libros de cine, un lenguaje de sofisticación y sugerencia que está hecho de tinta indeleble: El toque Lubitsch. Se trata de un estilo único que ha impregnado a generaciones enteras de cineastas; hasta Billy Wilder y Joseph L. Mankiewicz admitieron haber sido formidables devotos. Pero su genio no termina ahí. Lubitsch no solo inventó un lenguaje cinematográfico, también fue un gran orfebre de geografías, recreó rincones de Europa —Viena, París, Budapest, Varsovia— para tejer un único lugar: un mundo de ensueño, la tierra de Lubitsch.
En un imaginario lleno de elegancia, juego, insinuaciones y personajes extravagantes, Lubitsch fue, en todo sentido, un verdadero mago del cine. Si no pregúntenle a Greta Garbo que dijo que fue el único gran director que conoció en su carrera, y cómo olvidar su personaje rígido y estoico en Ninotchka (1939) en el que un sombrero pudo canalizar su emoción y penetrar su fachada ideológica, it’s magic!
Nacido en Berlín en 1892, Ernst Lubitsch creció en una familia de comerciantes pero tal como en los personajes de sus películas, su corazón encontró una dualidad que le abriría muchas puertas: el escenario. Su interés por el teatro floreció temprano, se convirtió en una doble vida en la que de día trabajaba en el negocio familiar mientras que de noche se convertía en actor de cabarets y salas de música. A sus 20 años logró ser parte del prestigioso Deutsches Theatre de Max Reinhardt. Luego llegó el vehículo donde depositó todo su don: el cine. Primero debutó como actor de comedia, una situación nutritiva y experimental que lo empujó al siguiente nivel, empezar a dirigir en Alemania.
En plena época del cine silente, el berlinés comenzó a forjar un universo de posibilidades, de la magia de imaginar por nosotros mismos y del artificio de la sugerencia. Hacia los años 20, su talento emigraría hacia Hollywood donde consiguió una cadena imparable de triunfos. Aunque sus comienzos fueron para la Warner Bros. en la que dirigió el éxito The Marriage Circle, el director terminó haciendo la transición hacia el mundo sonoro en la Paramount donde en 1935 fue nombrado jefe de producción. Además, cuenta la leyenda que gracias a ese puesto se encargó de conseguir trabajo para otros coterráneos cineastas que habían emigrado.
A lo largo de su carrera, Lubitsch exploró los matices del romance y los juegos del amor y la infidelidad siempre con una ironía y una ligereza que revelaba la naturaleza humana que nos posee. Así capturaba las contradicciones de las que no podemos escapar y cómo los límites, muchas veces presos de la tentación, terminan desdibujados. Pero, sobre todo, Lubitsch nunca se tomaba demasiado en serio; para él, la vida era un juego al que había que jugar con las reglas sociales. Y si quedan dudas, tomemos a Design for Living (1933), una película que pinta un triángulo amoroso sin ningún tipo de tibieza: «Es un arreglo perfecto: yo los amo a los dos» dice una divertida Miriam Hopkins a Gary Cooper y Fredric March. Lubitsch se reía de las convenciones y nos invitaba a hacer lo mismo.
Así fue como en 1942 desafió al público con To Be or Not to Be, una comedia que se atrevió a burlarse del nazismo en plena Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo burlarse del horror sin banalizar? Lubitsch encontró la respuesta en el ingenio. Mientras muchos críticos se preguntaron qué tenía de gracioso un dictador, Lubitsch nos demostró que tenía todo para serlo, si sabemos cómo quitarle el poder de asustarnos. Aunque en el momento de su estreno no fue bien recibida, al día de hoy esta sátira es una de sus obras maestras donde radica su legado más preciado: incluso en los tiempos más oscuros, el humor puede llegar a ser el arma más poderosa.
Cuando falleció en 1947, Billy Wilder resumió el sentimiento colectivo con una frase que sigue siendo legendaria: «No más Lubitsch». Pero William Wyler, otro gigante del cine, redobló: «Peor que eso: no más películas de Lubitsch». Aunque fue una puerta que se cerró definitivamente, el legado de Lubitsch se afinca ahí: el verdadero arte no está en mostrarlo todo, sino en dejar espacio para que imaginemos lo que ocurre cuando la puerta se cierra.
Red, Hot and Blue (1936)

Tras el éxito de Anything Goes (1934), la inconfundible voz de Ethel Merman se volvió a unir con la música de Cole Porter en Red, Hot and Blue, musical que se estrenó en octubre de 1936 en el Alvin Theatre y que tuvo 183 funciones hasta el año siguiente.
Dirigida por Howard Lindsay y con coreografías de George Hale, formó un trío de protagonistas con los humoristas Jimmy Durante y Bob Hope, y Ethel que tomó el rol de Nails O’Reilly Duquesne, una ex-manicurista convertida en viuda millonaria que decide dedicar su fortuna a causas benéficas.
Una disputa entre Ethel y Jimmy por el orden en los créditos llevó a un diseño innovador en la promoción del musical: un cartel en forma de X donde sus nombres se cruzan, mientras que el de Bob Hope aparecía destacado debajo. El estrellato ya pegaba fuerte entre los protagonistas.
Entre sus canciones, la obra introdujo el clásico It’s De-Lovely, en un romántico dúo de Ethel y Bob. Además, Ethel deslumbró con Ridin’ High, de la cual tenemos grabación de la época y se la dejamos a continuación.
Si bien la producción no pudo igualar del éxito de su antecesora, todavía quedarían tres colaboraciones más entre el compositor y la cantante. Al escuchar la grabación de la joven voz de Ethel en este musical apenas podemos vislumbrar algo de la potencia que debe haber provocado en vivo.
Sleeping Beauty (1959) – Clyde Geronimi

Es toda una experiencia volver a ver los clásicos animados que una veía de chica. En este caso me tocó revisitar Sleeping Beauty (La bella durmiente), clásico absoluto de Disney que significó una de las inversiones de tiempo y plata más impresionantes para un film de animación en la época.
Creo que lo que más me impactó de volver a ver esta película fue lo ancha que es; me refiero al formato de Super Technirama 70 (similar al Cinemascope) que tanto contrasta con el cuadrado de los VHS. Ese impacto viene acompañado de una inmediata apreciación por lo visual: cada cuadro parece una pintura, los colores son perfectos y son increíbles los detalles de los fondos inspirados en el arte medieval. Hay que agradecer que el modo de pantalla completa ya no se use para televisión, aunque en redes sociales sigamos condenados a mutilar el material para adaptarlo a la manía vertical.
El siguiente descubrimiento fue en qué gran medida esta película es un musical. El texto es escaso y, como todos conocemos la historia y su desenlace, no hace falta ahondar mucho en él, sino concentrarnos en la belleza de la experiencia cinematográfica de una fantasía musical. Para ello aporta muchísimo la música en manos de George Bruns, que es una adaptación del ballet de Tchaikovsky. Hay una bella unión del mundo académico y la música popular en la canción que cantan los protagonistas. Todo parece emular la idea de un tapiz animado musical.
En esa trama que puede contarse en un par de líneas (que ya todos conocemos) si hay algo que destaca es la completa irrelevancia del príncipe y la princesa. ¡Todo el poder a los personajes secundarios! Las hadas son las que comandan la historia, no Aurora ni mucho menos el príncipe, cuya figura está siempre recluida al simple acto de cerrar la historia.
El otro personaje inolvidable es, por supuesto, Maleficent, que protagoniza una de las escenas más memorables de la historia del cine de animación: el encantamiento de Aurora hacia la rueca. Solamente esa escena vuelve a la película una obra maestra en una clase magistral de combinación de música, color y suspenso. Sobre el final, la villana inspirada en Maila Nurmi también realiza una transformación maravillosa al grito de «Now, shall you deal with ME, O Prince – and all the powers of HELL!».
La producción llevó casi una década y fue carísima. Aunque no le fue bien en taquilla al momento del estreno, hoy podemos decir que todo el trabajo valió la pena. Es el clímax de la animación y una obra de arte en todo sentido.
Ball of Fire (1941) – Howard Hawks

Ball of Fire (1941): Una candente comedia
El Hollywood dorado tuvo a sus titanes y uno de ellos fue Howard Hawks, un director que supo moverse en distintos géneros y fue uno de los orfebres en los principios de las comedias alocadas. En Ball of Fire (1941), el maestro une fuerzas con un dúo dinámico en el guion: Billy Wilder y Charles Brackett. Este dúo supo entregarnos los diálogos más abarrotados de ingenio, dobles sentidos y una energía vivaz tan característica como propia. Curiosamente, este sería el último trabajo de Wilder como guionista únicamente, ya que después de esta película decidió tomar las riendas como director de sus próximos proyectos.
Había una vez…
Nos trasladamos a una Nueva York que se siente casi encantada. Aquí conocemos a un grupo de ocho profesores excéntricos que dedican sus días a la monumental tarea de escribir una enciclopedia. Entre ellos está Bertram Potts, interpretado por un entrañable y algo ingenuo Gary Cooper. La monotonía intelectual de este peculiar equipo se ve sacudida por la entrada de Sugarpuss O’Shea, una bailarina de cabaret con una chispa tan magnética como el talento de Barbara Stanwyck.
Acá Stanwyck y Cooper, dos nombres gigantes de la época, se aventuraron en roles poco habituales en sus carreras. Cooper, alejado del héroe de sombrero y revólver, nos regala un Potts cálido y vulnerable, mientras que Stanwyck, con su picardía habitual, explora un registro encantador y juguetón que impregna cada plano en que aparece.
El verdadero fuego de Ball of Fire radica en ese choque hawksiano de mundos: el intelectual frente al impulsivo, el académico frente al visceral. Aquí, las situaciones disparatadas no solo son terreno para la risa, sino para el cruce entre diferencias, donde ambos lados encuentran algo nuevo que admirar. La película despliega diálogos que bailan entre el slang más descarado y las metáforas brillantes, convirtiéndose en un juego constante de ingenio y seducción.
¿Y qué decir de esas escenas icónicas? Imposible no mencionar a Stanwyck enseñando a un grupo de viejitos profesores los pasos de conga o el explosivo drum boogie que se transforma en una rasgadura ardiente en ese microcosmos de intelectualidad. Ball of Fire es una comedia brillante donde los mundos más improbables se encuentran para deslumbrar juntos.
Danny Kaye & Liza Minnelli – Let’s Talk it Over
Un poco de show, un poco de trabalenguas y un poco de vieja magia del vaudeville se unen en un número hecho para este dúo eterno: Liza Minnelli y Danny Kaye. En el especial de televisión del cómico, The Danny Kaye Show, en 1966, ambos cantan, bailan y -por supuesto- conversan la canción Let’s Talk it Over. Una combinación explosiva de ternura y talento.
Cita en las estrellas (1949) – Carlos Schlieper

Momento de revisitar el cine nacional con una nueva sección que iniciamos con esta hilarante y diferente comedia de Carlos Schlieper.
Por algún motivo que desconocemos, el comienzo de la historia encuentra a los protagonistas, Luis y Alicia, que se aman con locura, separados y casados con otras personas. Pronto, un fatal accidente llevará a ambos al paraíso o al menos lo llevará a él (Juan Carlos Thorry) de forma permanente, pero a ella (María Duval) la salvará el Dr. Vallejos (Héctor Calcaño) en una jugada magnífica contra la muerte.
Ese breve momento que ambos comparten en el cielo servirá para determinar el motor del resto de la trama: siendo ambos «viudos al revés», sellan un nuevo matrimonio en el cielo que, al volver ella a la Tierra, deja de tener validez. O eso es lo que piensan todos menos María Duval. No, más bien todos piensan que está loca, aunque no por mucho.
Si todo esto suena confuso para ustedes, imagínense para los personajes de la película. El director Carlos Schlieper nos propone algo absolutamente distinto a lo que estamos acostumbrados en una comedia, junto al texto exquisito de Alejandro Verbitsky y Emilio Villalba Welsh.
La trama combina una visión despreocupada y hasta citadina del cielo -con ángeles asistentes y nubes que no son importadas- con temáticas como la bigamia, las prácticas esotéricas y el suicidio. Los personajes secundarios son todos geniales. Puede que el final los deje, por lo menos, con una mirada de gacela sorprendida.
Witness for the Prosecution (1957) – Tráiler y reseña
«El escenario es Londres. La historia: dos personas enamoradas. Un asesinato y un juicio, culminados por los 10 minutos más intesos que hayas visto». Con la tradicional hipérbole de la publicidad de la época presenta su tráiler a Witness for the Prosecution, una atrapante obra de misterio de nuestro querido Billy Wilder.
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100 años de MGM
Junto a Mery Linares, repasamos 15 de las películas más emblemáticas del estudio del león, a 100 años de su surgimiento.
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