Foto retrato de Ingrid Bergman

Edición Sunset

Julio 2024


Una entrega mensual online con información y recomendaciones sobre cine clásico, jazz y los artistas del pasado.

Fotografía retrato de Barbara Stanwyck

Al atravesar la experiencia del cine clásico, es inevitable encandilarse con una de sus estrellas más brillantes: la inolvidable Barbara Stanwyck. Su travesía artística, de más de seis décadas y 80 películas, abarcó el cine, el teatro y la televisión.

En el distrito de Brooklyn, un 16 de julio de 1907, nació Ruby Catherine Stevens, quien, inspirada por el cine mudo y su hermana, que era showgirl, quiso ingresar al mundo del show business desde pequeña. En 1923, audicionó como bailarina en un club nocturno y pronto obtuvo un trabajo como chica Ziegfeld and el show Ziegfeld Follies.

En 1926, el director Willard Mack la eligió para su obra The Noose, con la cual Ruby pisó las tablas de Broadway y cambió su nombre artístico a Barbara Stanwyck. Al año siguiente llegó su primer rol principal en la obra Burlesque (1927) y no tardó en convertirse en una estrella y en captar la atención de los productores de cine.

Tras sus primeros roles en 1929, Frank Capra la eligió para su drama romántico Ladies of Leisure (1930), que sería su primer protagónico en la pantalla grande. Con Capra realizaría cuatro colaboraciones más: The Miracle Woman (1931), Forbidden (1932), The Bitter Tea of General Yen (1933) y Meet John Doe (1941).

Otra colaboración importante en la carrera de Barbara de esta época fue en una gran variedad de géneros, que incluye el drama, el western y el musical, con el director William A. Wellman en cinco películas: Night Nurse (1931), The Purchase Price (1932), So Big! (1932), The Great Man’s Lady (1942) y Lady of Burlesque (1943).

En la era del pre-code, su interpretación de una mujer que utiliza el sexo para ascender socialemente en Baby Face (1933) le permitió desplegar todas su versatilidad actoral, así como marcar de manera inolvidable un momento particular de la producción cinematográfica.

Su rol en Stella Dallas (1937) se convirtió en uno de sus más distintivos y obtuvo un enorme reconocimiento por su actuación en la screwball comedy The Lady Eve (1941). Además de esta última y Meet John Doe, en 1941 protagonizó dos comedias más con Henry Fonda y Gary Cooper: You Belong to Me y Ball of Fire, respectivamente.

En 1944, tomó un riesgo y encarnó al arquetipo de la femme fatale en la obra maestra del film noir Double Indemnity, de Billy Wilder. Como si esto no fuera suficiente, a partir de allí realizaría una contribución aun mayor al género, con películas como The Strange Love of Martha Ivers (1946), The Two Mrs. Carrolls (1947), Sorry, Wrong Number (1948), No Man of Her Own (1950) y Clash by Night (1952).

Durante las décadas siguientes, su carrera continuó principalmente en televisión. Su participación en The Big Valley, serie que salió al aire entre 1965 y 1969, le otorgó una nueva popularidad en la pantalla chica.

Como actriz, bailarina y estrella del cine y la televisión, Barbara Stanwyck fue una de las favoritas de los directores y del público de los años dorados de Hollywood. Siempre con la certeza y seguridad de qué hacer frente a la cámara, permanece como una de las presencias más avasallantes de la pantalla así como una de las actrices más queridas por el público.

Ginger Rogers nos muestra cómo se baila el charleston una vez más en un programa de Here’s Lucy de 1971, junto a su amiga Lucille Ball y su hija Lucie. La amistad de Ginger y Lucy se remonta a los inicios de ambas en RKO, cuando Lucy tomaba clases con la madre de Ginger.

Incluso llegaron a compartir pantalla en Top Hat (1935), con Ginger en el rol protagónico, y en Stage Door (1937), en donde Lucy tuvo un papel más importante. Aquí nos recuerdan los pasos con los que Ginger brilló en Roxie Hart (1942).

El póster pertenece a su correspondiente autor o propietario.

Por Mery Linares

@meryandthemovies

Lágrimas de paraíso

«El Empire State es lo más cercano al paraíso que podemos estar» le dice Deborah Kerr a Cary Grant en Algo para recordar y esa línea resulta en una epítome de lo que significa ver este film: es verdaderamente avistar el paraíso. Por más hipérbole que suene, así es el amor romántico y no tiene nada de malo entregarse a la magia inalcanzable que transmite cada vez que uno accede a esta pieza cinematográfica que compuso doblemente el director Leo McCarey.

Vale aclarar que las remakes no son una concreción de ahora. Siempre estuvo esa posibilidad y no siempre significan algo negativo; algunas entregas pueden convertirse en una oportunidad provechosa. En el caso de Algo para recordar, se trata de una remake que el mismo director lleva a cabo de Love Affair de 1939 con Irene Dunne y Charles Boyer, y resulta en una revancha favorable donde el technicolor, el cinemascope y la nueva pareja elevan esta historia de amor que de acuerdo a casi el mundo entero es una de las películas más románticas y bellas de la historia del cine.

El creador de esta historia era un aficionado del amor porque no hay nada más soñador en la fórmula del romanticismo que un medio de transporte y dos desconocidos, dos ingredientes que seducen porque denotan transformación. Pensemos en nuestro cine contemporáneo: Antes del amanecer de Richard Linklater, en donde en un tren se ven por primera vez Celine y Jesse, dos extraños que no serán lo mismo después de ese encuentro y los espectadores ya no veremos a un tren con los mismos ojos. Estoy segura que el gran Linklater puede haber bebido inspiración de McCarey y su Algo para recordar porque generan las mismas sensaciones poderosas: dos extraños no serán los mismos después de su viaje marítimo en un crucero donde el galanteo entre burbujas de champagne rosado se convierte en flechazos.

En Algo para recordar seguimos a dos elegantes desconocidos: Nickie Ferrante, interpretado por Cary Grant y Terry McKay, interpretada por Deborah Kerr, que se conocen y se enamoran en el transatlántico ‘Constitución’ que paradójicamente lleva el nombre del compendio de leyes porque en el amor no hay reglas y porque esta relación estará timoneda por el deber ser y la prudencia será su guía.

Hay miradas, galanteo, hay pasión que burbujea, pero el único obstáculo es que cada uno está comprometido. El vasto azul del mar es testigo de estas dos almas que se encuentran en su viaje de Europa a Nueva York y que pronto la profundidad del mar desnudará sus polos opuestos para unir estos corazones que tienen más en común de lo que creen: disfrutar del amor.

Pero donde florecen es cuando hacen una mística parada en la casa de la abuela de Nickie, una tiernísima anciana llamada Janou cuya morada parece ser sobrenatural. Una casa rodeada de flores, donde la milimétrica puesta es incisiva para que estos dos extraños revelen su verdaderos sentimientos. «Es un buen lugar para sentarse y recordar, pero tú aún tienes que crear tus recuerdos».

Así es como el intercambio en esta morada ofrece el puntapié para que Nickie y Terry finalmente revelen sus sensibilidades y se rindan ante su atracción. Pero la sensatez y la cautela encabezan en el barco ‘Constitución’ y McCarey juega con el formato cinemascope, la puesta en escena y los encuadres para que la audiencia entre detrás de la pantalla y hasta los pasajeros del barco estén atentos a los movimientos de estos tórtolos.

Sin dudas, el director muestra una comprensión profunda del juego y la fantasía al conceder uno de los besos fuera de campo más prodigiosos y quirúrgicos, y porqué no uno de mis preferidos en el historial del romanticismo. De alguna manera, esto sella nuestro apoyo a esta nueva pareja, a quienes deseamos ver juntos al final, sin importar las circunstancias.

Pero el c’est la vie, como dice el personaje de Kerr, se presenta y, en un momento donde las espinas aparecen, su plan de encontrarse en seis meses en la cima del Empire State se ve aguado por las circunstancias más difíciles a las que la encrucijada de la vida suele enfrentarnos. El director sabe que en su lienzo hay texturas, matices entre momentos de diversión y melodrama que culminan en una épica de lo espinoso, y nos recuerda que nunca hay que dejar pasar la felicidad.

“Seríamos tontos si dejáramos que la felicidad nos pase de largo”.

La hija de Cary Grant confesó en una entrevista con TCM en diciembre del año pasado, cuando el programa le dedicó el mes al actor, que cada vez que mira esta película termina con lágrimas en los ojos y dejenme confesarles que quien escribe tampoco sale ilesa cada vez que la ve. También he derramado lágrimas ante la dulzura de Kerr y la sensibilidad de Grant, quienes en ese final condensan todo lo que uno ama del cine, todo lo que soñamos del amor, todo lo queremos recordar para siempre. Son lágrimas de paraíso.

Fotografía de Johnny Hodges

Especialmente celebrado por su trabajo en la big band de Duke Ellington, Johnny Hodges fue uno de los saxofonistas alto esenciales de la era del swing. Nacido el 25 de julio de 1907 en Cambridge, Massachusetts, comenzó su aprendizaje musical con el piano y la batería de manera autodidacta.

Durante su juventud, tomó el saxofón y conoció a Sidney Bechet, quien lo inspiraría a profundizar en el instrumento y lo tomaría de alumno. En 1924, se transladó a New York y su carrera empezó a despegar. Cuando Duke Ellington buscaba expandir su banda en 1928, Barney Bigard recomendó a Johnny, marcando el inicio de una colaboración clave en la historia de la orquesta.

Duke tenía la costumbre de componer canciones en función de sus músicos, con gran espacio para que los solistas brillen. Esta práctica nos brindó piezas en las que el sonido suave del saxofón, sus glissandos y amplios vibratos destacaron particularmente. Estas incluyen Jeep’s Blues, Sultry Sunset, Magenta Haze y I Got It Bad (And That Ain’t Good), entre muchas otras.

En 1938, se unió a una serie estelar de músicos en lo que sería uno de los conciertos más importantes en la historia del jazz: el famoso concierto en el Canergie Hall de Benny Goodman.

Entre 1951 y 1955, dejó la banda de Duke para formar su propia orquesta, aunque volvería en 1956 debido a la resurgida popularidad del pianista. Su sonido fue determinante en el soundtrack que Duke compuso para la película Anatomy of a Murder (1959) de Otto Preminger, particularmente en canciones como Haupe y Flirtibird.

Benny Goodman alguna vez describió a Johnny como el mejor saxofonista alto que escuchó jamás y no es para menos. Su distintivo e inigualable sonido, perfecto para baladas y blues, enriquece de manera sublime cada una de sus canciones, evocando profundidad y creatividad en cada interpretación.

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Foto de perfil de Celina Alba Posse

Por Celina Alba Posse

@capicomenta

Cuando incursionamos en la historia del cine clásico, resulta casi inevitable destacar a algunos cineastas que marcaron a fuego los géneros que exploraron… Entre ellos, uno de los nombres más prominentes es el de Tod Browning, un pionero del cine de terror que cumpliría 144 años este mes.

Nacido como Charles Albert Browning, Jr. el 12 de julio de 1880 en Louisville, Kentucky, demostró desde muy joven una fascinación por el mundo del espectáculo. A los 16 años se unió a un circo ambulante, y, sin saberlo, desarrolló una profesión que ejercería una gran influencia en sus trabajos cinematográficos posteriores.

Años más tarde, Browning adoptó el nombre de pila “Tod”, en alusión a la palabra “muerte” en alemán, y dió sus primeros pasos en el vaudeville. Pero no sería hasta el año 1909 que transicionaría a la gran pantalla, iniciando su carrera en el cine mudo como actor bajo el mando del director D.W. Griffith (conocido por la controvertida The Birth of a Nation de 1915).

Su paso al rol de director ocurriría en la década de 1910, pero la fama recién tocaría a su puerta al asociarse con dos figuras clave: el productor Irving Thalberg y el actor célebremente conocido como “el hombre de las mil caras”, Lon Chaney. Los tres crearían una alianza de la que nacerían varias joyas del cine mudo como The Unholy Three en 1925, The Unknown en 1927 (con una jovencísima Joan Crawford acompañando a Chaney) y London After Midnight en 1927. Mientras que los dos primeros filmes abordaron el mundo del espectáculo circense ya explorado en la vida real por Browning, la tercera representaría su primera incursión en el género vampírico.

Browning terminó de consolidar su carrera detrás del lente en 1931, al dirigir su primer largometraje sonoro y primera adaptación autorizada de la novela Dracula de Bram Stoker. Protagonizada por el inolvidable Bela Lugosi en el rol del Conde y producida por Universal Pictures, Drácula (1931) es en la actualidad una de las películas más icónicas de la franquicia de monstruos clásicos del estudio, que incluyó tanto monstruos clásicos de la literatura, como el Fantasma de la Ópera, Frankenstein y el Hombre Invisible, así como criaturas inspiradas en leyendas e imaginario popular, tales como el Hombre Lobo, la Momia y la Criatura de la Laguna Negra.

Un año después de la extraordinaria Drácula, Tod Browning dirigió otra película que, con el tiempo, se convirtió en un clásico de culto: Freaks (1932). Totalmente revolucionaria y audaz en su enfoque, la película retrató la vida de los artistas de un circo ambulante de una manera nunca antes vista en el cine. Sin embargo, y al igual que muchas otras películas que eventualmente alcanzan un estatus icónico, Freaks no estuvo libre de controversia. Su representación real a través de actores con deformidades físicas provocó reacciones muy divididas, tanto del público como de los críticos. Mientras que algunos, muy pocos en su momento, la vieron como una obra desafiante de las normas sociales y los prejuicios, otros la consideraron explotadora y grotesca. Su prohibición en varios lugares, la polémica y el gran fracaso en taquilla afectarían negativamente la carrera de Browning.

Pasarían tres años para que el director saliera de su hiatus y compusiera otro filme muy apreciado, The Mark of the Vampire de 1935, remake sonoro de London After Midnight que marcó su segunda y última colaboración con el querido Bela Lugosi. Este último encarnaría nuevamente a un vampiro, el Conde Mora, y, al igual que su inspiración, tendría un desenlace totalmente meta e irónico.

Tod Browning dejaría este plano en 1962 a la edad de 82 años y, aunque muchas veces fue un cineasta infravalorado, como casi siempre ocurre con aquellos que se han dedicado al género de terror, es imposible negar su impacto en la industria (en especial con Drácula y Freaks) y en los corazones de innumerables amantes del género.

Fraseate algo. Louis Armstrong, Trummy Young y Billy Kaye nos llevan Up a Lazy River en este programa de The Ed Sullivan Show de 1961. Solo unas pocas palabras de la canción de Hoagy Carmichael permanecen en esta clase de interpretación. Del resto se ocupan el scat y el fraseo de estos músicos increíbles.

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Múltiples maravillas se sucedieron en el mundo del espectáculo tras el estreno de Girl Crazy en el Alvin Theatre en 1930. En su noche de estreno, la obra, que llevaba la música de George Gershwin con letras de su hermano Ira, contó con una orquesta inmejorable, incluyendo a músicos como Benny Goodman, Gene Krupa, Glenn Miller, Jimmy Dorsey, Red Nichols y Jack Teagarden. Como si fuera poco, esa noche George dirigió la orquesta.

Girl Crazy constituye el debut en Broadway de la gran Ethel Merman, futura leyenda del musical. La reina Ethel hizo estallar el teatro con tres números: Sam and Delilah, Boy! What Love Has Done to Me!, y el estándar clásico que se volvería su insignia, I Got Rhythm.

Pero Ethel no fue la única estrella incipiente en pisar las tablas en Girl Crazy. Como co-protagonista en el rol femenino principal la acompañaba Ginger Rogers, en una actuación que la catapultó a la fama y la convirtió en estrella de un día para el otro a la edad de 19 años. Entre las canciones que introdujo Ginger se encontraban Embraceable You y But Not for Me.

Parte de la magia cinematográfica futura se empezó a gestar en los ensayos, cuando Fred Astaire fue contratado para asistir con la coreografía, lo que dio lugar al primer encuentro entre Fred y Ginger, cuya década de películas estaría muy marcada por la música de los Gershwin.

El musical tuvo tres versiones en la pantalla grande: una adaptación libre en 1932 bajo RKO, una protagonizada por Judy Garland y Mickey Rooney en 1943 (con los dos roles femeninos combinados en el de Judy) y la remake de MGM When the Boys Meet the Girls (1965), con Connie Francis.

La obra fue un éxito rotundo, con una temporada de más de 7 meses y 272 funciones. Otras canciones populares que nos dejó fueron Bidin’ My Time y Treat Me Rough. Aunque no nos quedan grabaciones de la obra original, a continuación pueden escuchar la grabación más antigua de I Got Rhythm por Ethel en 1931, cuando el show todavía estaba en cartelera. También les dejamos una versión de Embraceable You que Ginger grabó en los 60.

El gato Félix viaja a Hollywood en este corto estrenado el 15 de julio de 1923. En lo que se considera la primera animación en incluir apariciones de celebridades, Félix se encuentra con Charlie Chaplin, Cecil B. DeMille, Douglas Fairbanks y Gloria Swanson, entre otras estrellas de la era silente. Por la imitación que el gato hace de Chaplin, tras la cual lo acusa de ‘robarle su material’, se dice que el actor le dijo a Pat Sullivan: «sólo tengo un rival, Félix».

Póster de 711 Ocean Drive
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Por Leandro A. Cuellar

@leandroacuellar

711 Ocean Drive es un film noir de 1950 dirigido por Joseph M. Newman. Cuenta con las actuaciones de Edmond O’Brien, Joanne Dru, Don Porter y Otto Kruger, entre otros.

El filme narra el ascenso y auge de Mal Granger (Edmond O’Brien), un técnico electricista que crece en el mundo de las apuestas ilegales poco a poco. Gracias a su accionar maquiavélico, logra posicionarse como un respetable gángster.

Mal Granger es sumamente ambicioso y mujeriego, y tiene la tendencia a enamorarse de mujeres de las que a priori no debería. Así termina enamorándose de la bella Gail (Joanne Dru), que es la esposa de su embustero socio Larry Mason (Don Porter), lo que traerá problemas para ambos.

En el filme la que se lleva todos los golpes es Gail. Observamos cómo ella termina en un hospital después de ser golpeada brutalmente por Larry y más adelante es abofeteada por Mal. Sin embargo, no duda en disculparlo.

Mal Granger continuamente a lo largo del filme busca cómo sacarse del medio a quienes obstaculizan su camino. Está claro, su fin es llegar a lo más alto que se pueda. Su virtuosismo se basa en la astucia para ingeniárselas en resolver cualquier cosa que se le presente.

En definitiva, este film noir de 1950 nos muestra con crudeza el mundo de los negocios y las apuestas ilegales, así como el camino de un simple empleado que llega a convertirse en un mafioso de renombre. Sin dudas, es un filme entretenido plagado de coches de policía, mafiosos y disparos que nunca faltan.

Este mes recordamos dos clásicos de tempo lento que resonaron de manera especial en la audiencia de las décadas del 30 y 40. La primera es Moonglow, canción de 1933 compuesta por Will Hudson e Irving Mills con letra de Eddie DeLange. Aquí la escuchamos en la versión de la banda de Benny Goodman que llegó al primer puesto de los rankings en 1934. La versión incluye a Jack Teagarden en el trombón y a Teddy Wilson en el piano, y se convirtió en una de las canciones más exitosas de Benny durante esta época.

La segunda canción destacada es I’ll Be Seing You, una canción popular de Sammy Fain con letra de Irving Kahal que fue publicada en 1938 pero recién obtuvo su reconocimiento en 1944. Ese año, la versión de Bing Crosby se mantuvo un mes en el primer puesto de las listas y se volvió una balada nostálgica en medio de la guerra. También se volvió a escuchar la versión de 1940 que Frank Sinatra había grabado con la banda de Tommy Dorsey. Dejamos ambas a continuación.

Moonglow

Single más escuchado en las primeras semanas de julio de 1934.

I’ll Be Seeing You (Bing)

Single más vendido en Estados Unidos en julio de 1944.

I’ll Be Seeing You (Frank)

En el top 10 de singles más escuchados en Estados Unidos en julio de 1944.

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