
Edición Sunset
Marzo 2025
Una entrega mensual online con información y recomendaciones sobre cine clásico, jazz y los artistas del pasado.

David Niven
Este mes nos toca destacar a David Niven, un actor cuyo porte aristocrático y elegancia natural lo convirtieron en el epítome del caballero británico en la gran pantalla.
Nacido en el corazón de Londres, dio el salto del ambiente militar a las luces de Hollywood. Allí comenzó con pequeños papeles secundarios, como el de un marinero sin diálogo en Mutiny on the Bounty (1935) que llamó la atención de Samuel Goldwyn. Su primer rol importante bajo contrato con el productor llegó con Dodsworth (1936) de William Wyler, y lo prestaron a Warner para The Charge of the Light Brigade (1936) y a Selznick para The Prisoner of Zenda (1937).
Los últimos años de la década ya empezaron a ubicarlo en el centro de los repartos. Formó parte del enredo entre Claudette Colbert y Gary Cooper en Bluebeard’s Eighth Wife (1938) de Ernst Lubitsch y de los cuatro hombres de Four Men and a Prayer (1938) de John Ford. Al año siguiente, tomó el rol del acartonado y adinerado Linton en la producción de Goldwyn de Wuthering Heights (1939) junto a Merle Oberon y Laurence Olivier. También acompañó a Ginger Rogers en la comedia romántica Bachelor Mother (1939).
Tras la Segunda Guerra Mundial, que lo llamó de vuelta al ejército, volvió a la pantalla con A Matter of Life and Death (1946). En esta fantasía del dúo Powell y Pressburger, David interpreta a un piloto de la fuerza aérea a punto de morir al que, por equivocación, el cielo le concede unos momentos más de vida de lo previsto, lo que desembocará en un juicio celestial para permanecer en la tierra más tiempo. Se trata de uno de los grandes clásicos de su filmografía. Luego hizo del arzobispo cuya esposa (Loretta Young) conquista al ángel Cary Grant en The Bishop’s Wife (1947), otra memorable producción de Goldwyn que se convirtió en la perfecta película reconfortante para la época navideña.
Tras algunos altibajos en su carrera, en los años 50 protagonizó la comedia romántica de Otto Preminger The Moon Is Blue (1953), la screwball The Birds and the Bees (1956) de Norman Taurog y Around the World in 80 Days (1956) de Michael Anderson. En esta época también trabajo en Broadway y en televisión. Al final de la década, obtuvo su único premio de la Academia por su rol en Separate Tables (1958), un drama junto a Rita Hayworth, Deborah Kerr, Burt Lancaster y Wendy Hille.
La década del 60 trajo acción con The Guns of Navarone (1961) y comedia en The Pink Panther (1963), y el actor se puso en los zapatos de James Bond en la paródica Casino Royale (1967). Su carrera en cine y televisión se extendió hasta los años 70 y también incursionó en la escritura. La clase, la elegancia y el humor sofisticado fueron siempre parte de su personalidad dentro y fuera de la pantalla, encarnados en la figura del perfecto Lord inglés.
Cyd Charisse – Party Girl
Singin’ in the Rain abrió la puerta de una de las bailarinas más sensuales de Hollywood y MGM supo aprovechar el efecto. Aquí la vemos a Cyd Charisse en Party Girl (1958), un noir de Nicholas Ray que fue su última película con el estudio.

9 películas de Joan Crawford
Extendimos nuestra lista de películas de Joan para disfrutarla todavía más. ¿Cuál tienen ganas de ver?
Kate Smith – Moon River
El clásico de Henry Mancini y Johnny Mercer se encarna en una de las voces más emocionantes de la música popular estadounidense. Kate Smith nos regala su versión de Moon River en este programa de Ed Sullivan en 1963.
Cedric Gibbons

A lo largo de sus primeros 30 años de historia, MGM tuvo muchas fluctuaciones económicas y artísticas, pero una figura se mantuvo estable: la de Cedric Gibbons, el mayor exponente del arte y la mente detrás de algunos de los escenarios más memorables del estudio.
Cuando se formó MGM en 1924, Gibbons ya llevaba diez años de experiencia en la dirección de arte. En el estudio del león supervisó decoradores, utileros, delineantes, carpinteros, artistas escénicos e investigadores, entre muchos otros profesionales, dentro de su propia unidad creativa. También fue mentor de algunos de los mejores diseñadores de Hollywood.
Si la visión de Louis B. Mayer de crear películas hermosas se llevó a cabo fue en gran parte gracias al trabajo de Gibbons. Desde los penthouses de Greta Garbo o Joan Crawford hasta el vecindario de Andy Hardy o la casa en la selva de Tarzán, Gibbons creó los escenarios en los que suceden todos los tipos de magia.
Lideró el glamour de los años 30 con producciones como la de Grand Hotel (1932), en un puro art déco, y dio vida a recreaciones históricas impresionantes para films como David Copperfield (1935), Romeo and Juliet (1936) y Marie Antoinette (1938). Para esta última, dirigió la creación de 98 sets del palacio de Versailles que, aunque no eran réplicas, le valieron un reconocimiento del gobierno francés.
Una de sus más memorables producciones fue la del clásico del estudio, Wizard of Oz (1939), para la cual ideó el concepto de la Ciudad Esmeralda y supervisó el trabajo de William A. Horning. También estuvo detrás de algunas de las producciones musicales más distintivas de MGM, como Meet Me in St. Louis (1944), An American in Paris (1951) y la inolvidable secuencia de Broadway Melody en Singin’ in the Rain (1952).
Con alrededor de 1500 supervisiones, su nombre apareció en prácticamente todas las películas de MGM producidas en Estados Unidos hasta su retiro en 1956. Mucho más que el diseñador de la estatuilla del Oscar (premio del que se llevó once en su carrera), Gibbons fue una pieza infaltable en el set del cine clásico, y fue el que le dio su impronta de distinción y altura a cada producción de MGM en sus años dorados.

Harry James
Harry James nació el 15 de marzo de 1916 en Albany, Georgia, en el seno de una familia de artistas circenses: su madre era trapecista y su padre dirigía la banda del Mighty Haag Circus. Tras aprender algo de batería, empezó sus estudios de trompeta a los ocho años y al poco tiempo ya estaba tocando en la banda del padre.
En 1935 se unió a la orquesta de Ben Pollack, que funcionó como disparador para unirse a la de Benny Goodman al año siguiente. Su llegada supuso una transformación del sonido de la banda y coincidió con el mayor momento de popularidad entre los jóvenes. En el apogeo del swing en el que Benny Goodman es el Rey, el sonido de Harry fue uno de los engranajes del éxito. Junto a Ziggy Elman y Chris Griffin, formó una línea de trompetas alabada como la mejor de la época por Glenn Miller y Duke Ellington.
A fines de la década dejó la orquesta de Goodman para formar la propia, que para 1943 ya era la más popular en Estados Unidos. En un tiempo atravesado por la Segunda Guerra Mundial, la potencia y velocidad del swing había cedido su espacio a las baladas y la versión de Harry de You Made Me Love You se convirtió en un gran hit y en una de sus canciones insignia. Algunos de los talentos que rondaron su banda incluyen a Frank Sinatra, Dick Haymes, Kitty Kallen, Buddy Rich, Connie Haines y Helen Forrest, quien fue su principal vocalista a principios de los 40.
Su sonido no tardó en aparecer en la gran pantalla. Durante los años 40 y 50, participó en numerosas películas, incluída Young Man with a Horn (1950), doblando lo que toca Kirk Douglas. Tras una breve ruptura de la banda, en 1947 volvió a formarla y continuó activa hasta los últimos días de su vida.
El estilo rimbombante y poderoso que heredó del circo y su virtuosismo con la trompeta formaron uno de los sonidos emblema del jazz de los años 40. De forma similar a otros músicos de la época, continuó fiel a su estilo incluso años después del declive del swing, regalándonos un pedazo de pasado en forma de notas vibrantes y explosivas.
Midnight (1939) – Mitchell Leisen

El baile de la medianoche, ahí donde está la magia
Qué magia se desprende cuando del baúl de la watchlist aparecen películas como Midnight, de esas que, después de verlas y disfrutarlas, solo querés cuidar y, sobre todo, compartir.
Esta joya de la comedia clásica es un pequeño milagro cinematográfico, una de esas a las que seguro uno volverá, porque detrás de su sencillez se esconde una maquinaria perfecta de diálogos crujientes, situaciones delirantes y personajes totalmente entrañables.
Los artífices de esta obra atemporal son Mitchell Leisen en la dirección y la dupla de Billy Wilder y Charles Brackett en el guion. Gracias a su pluma efervescente y afilada construyeron una comedia ágil, divertida, tierna y, sobre todo, ingeniosa. Pero lo que hace de Midnight un clásico inmortal son sus personajes entrañables, cada uno con su picardía.
Claudette Colbert es Eve Peabody, una corista americana varada en París sin plata y con un vestido de lentejuelas que brilla más que su pobreza. Lo único que tiene a su favor es un ingenio excepcional y, en el universo de la screwball comedy, eso vale más que cualquier otra cosa. En cuestión de minutos, pasa de estar en un taxi con Don Ameche, un testarudo y encantador taxista que terminará enamorado de ella, a infiltrarse en la alta sociedad con toda la seguridad del mundo. A partir de ahí, fingirá ser una baronesa y verá hasta dónde la lleva la mentira.
Ahí entra en juego John Barrymore, el gran titiritero de esta historia. Su personaje, Georges Flammarion, es un millonario que tiene tan solo un problema: su esposa (Mary Astor) tiene un amante y necesita deshacerse de él cuanto antes. Eve se convertirá en su aliada perfecta. Barrymore, ya en el declive de su carrera pero todavía con un carisma arrollador, se roba cada escena con solo mover los ojos.
Aunque Billy Wilder todavía no era el director legendario de Sunset Boulevard o The Apartment, en Midnight ya se perciben algunas de sus obsesiones como la sátira a las clases altas, los diálogos rápidos y las falsas identidades.
Pero si hay algo que hace brillar a Midnight, más allá de su guion y dirección impecables, es la fantástica Colbert. Esa mezcla de encanto, desparpajo y precisión que tenía la actriz era de otro planeta. Cómo explicar que en esa escena en el hotel, cuando ni ella puede creer el delirio en el que está metida, nos reímos con ella. Es algo increíble.
Eve Peabody nos dice que toda Cinderella tiene su midnight, ese instante donde la verdad y la mentira se cruzan en un baile imposible. Entonces, nosotros también nos encontraremos ahí, en Midnight, donde el cine es pura magia.
Bell, Book and Candle (1950)

Una bruja lanza un hechizo sobre un hombre que se enamora de ella perdidamente, pero las brujas no pueden enamorarse. De esto va Bell, Book and Candle, obra escrita por John Van Druten que se estrenó en Broadway en 1950, en el Ethel Barrymore Theater.
El elenco original estuvo compuesto por algunos actores que el lector reconocerá de la pantalla grande: Rex Harrison, en el papel de Shepherd Henderson, el embrujado, y Lilli Palmer, en el rol de Gillian Holroyd, la bruja. Versiones posteriores cercanas a la original tuvieron como protagonista a Rosalind Russell y, después, a Joan Bennett. En 1954, la producción llegó a Londres, en el West End, y fue dirigida por Rex Harrison.
Pero el hechizo no alcanzó solamente al teatro. Richard Quine dirigió una adaptación cinematográfica inspirada en la obra de Van Druten. Esta vez los protagonistas fueron James Stewart y Kim Novak, quien encarnó a la bruja que hechiza a su vecino, y cuenta también con Jack Lemmon en el reparto.
Junto a I Married a Witch (1942), la historia de Bell, Book and Candle, en un género no muy explorado hasta el momento, fue la fuente inspiradora de la celebrada serie de televisión Bewitched, que también nos muestra las vicisitudes de una bruja en la vida cotidiana.


Nosferatu (1922) – F. W. Murnau


Por Celina Alba Posse
@capicomenta
Nosferatu: ícono del terror
Cuando hablamos de películas de terror esenciales, es imposible no pensar en Nosferatu (1922). El mega clásico dirigido por Friedrich Wilhelm Murnau, más conocido como F.W. Murnau, cumple unos tiernos 103 años este marzo y nos da la excusa perfecta para volver a hablar de él.
«¡Entra libremente y por tu propia voluntad!» —Conde Drácula a Jonathan Harker en Drácula (1897) de Bram Stoker.
El Conde Orlok y la viuda de Stoker
Adentrarse en la película de Murnau inevitablemente nos remite a Drácula, legendaria novela epistolar de Bram Stoker publicada en 1897 e historia en la que -sin autorización- se inspira la película: al fallecer Stoker en 1912, los derechos de sus obras quedaron en manos de su viuda, Florence Stoker, quien fue completamente reticente a otorgar autorización a Murnau para llevar a la pantalla grande la obra más famosa de su esposo.
Pero Murnau no aceptó la negativa de la viuda: para evitar infringir los derechos de autor, el director adaptó la novela haciendo algunas alteraciones a la trama. Entre los cambios más destacables, reemplazó el nombre de Drácula por el de Orlok, el de Mina y Jonathan Harker por el de Ellen y Thomas Hutter, el escenario de Gran Bretaña por el de Alemania, la apariencia elegante y seductora del Conde por la de un vampiro monstruoso, e incluso, implementó una debilidad mortal de este ser a la luz solar.
Pese a los cambios, el filme conservó gran parte de la trama de Stoker y resultó bastante obvia su fuente de inspiración. Y lo que era obvio para el público ciertamente también lo fue para la viuda del escritor. Sin titubear, Florence Stoker inició acciones legales y, en 1925, tres años después del estreno del filme, un tribunal alemán dictaminó que todas las copias de Nosferatu debían ser quemadas. ¿La buena noticia? Ya era tarde, la película se había difundido y era imposible destruirla.
El mayor exponente del expresionismo alemán
Es así que nació la icónica película muda alemana Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (Nosferatu: Una sinfonía del horror), conocida popularmente como Nosferatu, y con ella también la primera adaptación -no autorizada, pero adaptación al fin- de la novela de vampiros más famosa y vendida de todos los tiempos.
Como si esto fuera poco, el filme también se convirtió en el epítome del estilo cinematográfico conocido como expresionismo alemán, caracterizado por sus sombras, contrastes, atmósferas pesadillescas y escenografías surrealistas, encumbrando el movimiento junto a otras recordadas -y amadas- obras como El gabinete del doctor Caligari (1920) de Robert Wiene o Metrópolis (1927) de Fritz Lang.
El mito vampírico que ideó Murnau con sus cambios a la trama de Stoker junto a la inquietante interpretación de Max Schreck como el Conde Orlok –un ser icónicamente cadavérico e pálido, con orejas y manos puntiagudos– pusieron un punto y aparte en el cine de terror e hicieron de Nosferatu uno de los filmes más influyentes del género vampírico, ampliando y adornando el universo de Stoker hasta el punto de no saber cuando empieza la trama original y cuando lo hace la adaptación (como en el caso de la exposición mortal a la luz solar, idea de Murnau, no de Stoker).
Nosferatu no es solo una película de terror, es la película de terror; y su sombra se extiende sobre todo el género. Desde los monstruos clásicos de Universal hasta la representación moderna del mito vampírico, todos fueron influenciados por la obra maestra de Murnau que, al igual que el Conde Orlok, sigue más viva que nunca, incluso un siglo después…
«¿El mal viene de nuestro interior o de más allá?» —Ellen Hutter en Nosferatu (2024), de Robert Eggers.
Ethel Waters y Pearl Bailey – I’ll Be There
Hemos encontrado a la persona que puede hacer que Pearl Bailey parezca una chica educada que se porta bien y es la magnífica Ethel Waters. Ambas cantan I’ll Be There en este programa de 1971 con una sencillez y dulzura que no necesita de recursos pomposos para emocionar. Un segmento de gospel tranquilo con la paz y la alegría del cielo.
Apenas un delincuente (1949) – Hugo Fregonese

En el noir, la ciudad siempre es el nido del mal y, en el caso de Apenas un delincuente de Hugo Fregonese, esa ciudad es una desquiciada Buenos Aires de fines de los 40. «Esta es una historia de la ciudad» nos dice el inicio antes de mostrarnos el destino fatal del protagonista, en un clásico recurso de un género en el que la resolución es sabida pero lo que importa es el trayecto. Y, en este camino, el coche viaja demasiado rápido hacia ninguna parte.
Jorge Salcedo interpreta a José Morán, un tipo común que aborrece la vida del trabajo diario y pretende salvarse «pegándola» a través del juego. Luego de consultar con Laura (Linda Lorena), la novia que pacientemente lo espera, cuántos años de cárcel corresponden a una estafa, evalúa robar medio millón de pesos a la empresa para la que trabaja, para disfrutarlos luego de terminar su condena. La realización del robo se nos presenta de forma completamente íntima con el personaje -casi que lo podemos ver transpirar- y el suspenso es manifiesto.
Ya en la cárcel, la película es otra, y la dureza del encierro se combina con la paranoia por la plata escondida. Aparece la aparente falla del crimen perfecto: su familia está endeudada y su delito les impide recuperarse socialmente. Pero no es esto lo que motiva a Morán a querer salir, sino, una vez más, la avaricia: el miedo de que su hermano se quede con la plata. Aquí, la trama del robo se cruza con la del escape planeado por un grupo de anarquistas.
Fue una copia de Apenas un delincuente lo que le abrió al director las puertas de la Universal para empezar a dirigir en Hollywood. Excelentemente filmada y contada con la aspereza y frialdad que corresponde al tema, Fregonese nos regala uno de los grandes clásicos del policial argentino. Su retrato de la «ciudad de los nervios excitados» y su crudeza para contar la historia de un simple muchacho tentado por el dinero hacen que se pueda volver a ver como si el tiempo no hubiera pasado.

100 años de MGM
Junto a Mery Linares, repasamos 15 de las películas más emblemáticas del estudio del león, a 100 años de su surgimiento.
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Actores y actrices del cine clásico





