Howard Hawks: el narrador infalible

Fotografía de Howard Hawks

El mundo sigue girando y, mientras tanto, la humanidad se sigue preguntando por el cine. ¿Qué buscamos cuando nos encerramos en una sala oscura y dejamos que las imágenes empiecen a rodar? ¿Puro escapismo? ¿Entretenimiento? ¿Mensaje? Una de las respuestas más poderosas me la dio el cine de Howard Hawks. Porque en la filmografía de este director hay una única certeza de que el cine, en su estado más puro, es narración. Y en esa narración, la acción y el movimiento se convierten en formas esenciales de pensar el mundo, de emocionarse, de vivir.

Howard Hawks entendió que entretener no era algo menor, sino una forma de arte. Con más de 47 películas que atravesaron el cine silente hasta la década del 70, Hawks dejó una huella arraigada en el concepto de que no importa el género, lo que late al centro de su cine es una comprensión honesta y robusta de la narración y del ritmo. 

El público quiere historias, personajes con los que identificarse, situaciones que lo saquen de su vida cotidiana y lo devuelvan a ella con una mirada distinta. Por eso su cine está lleno de momentos donde lo más mundano, como una máquina, una conversación o una acción mínima, puede volverse lo más bello y vertiginoso del mundo. Como en Only Angels Have Wings (1939), cuando el personaje de Jean Arthur, Lily, le dice al piloto interpretado por Cary Grant que lo más lindo que vio en su vida fue el despegue de un avión. No porque se parezca a un ave, sino porque es un humano volando. Ahí se engendra el ADN de su cine que fue captar lo extraordinario dentro de lo cotidiano, lo heroico dentro de lo simple.

Pero lo terrenal también puede ser los vínculos, algo tan importante en el cine de Hawks. Tomemos Hatari! (1962), por ejemplo, donde los personajes son una banda de cazadores de animales salvajes en África que se convierten en una pequeña comunidad que vive al ritmo de los peligros y las charlas compartidas. La acción no se centra solo en correr detrás de animales, aunque debe ser una de las mejores escenas del director. Se trata de convivir, de entenderse, de sostenerse. 

Y así el director filmó con gracia cómo se construye la confianza y los vínculos. La aventura está ahí, en esa realidad, generando emociones tan entretenidas como inolvidables. Además del Technicolor que hay en Hatari!, que convierte a la sabana africana en un terreno vibrante, no nos olvidemos del Technicolor en Gentlemen Prefer Blondes (1953), donde también se filma una de las mejores amistades del cine como la de Lorelei y Dorothy, encarnadas en las inolvidables Marilyn Monroe y Jane Russell.

Y cómo no mencionar la comedia, género que Hawks se encargó de aclarar en sus últimas entrevistas que es fundamental en sus películas. Ya sea la física, la de diálogos vertiginosos, la de malentendidos, la de enredos, la de lenguas afiladas y dobles sentidos, todo eso compone la verdadera anatomía de su cine. Ahí se inscriben Twentieth Century (1934), con John Barrymore y Carole Lombard, una de las primeras comedias screwball, Bringing Up Baby (1938), con Katharine Hepburn y Cary Grant, una de mis favoritas, His Girl Friday (1940), con Cary Grant y Rosalind RussellBall of Fire (1941), con Gary Cooper y Barbara Stanwyck y Monkey Business (1952), con Cary Grant, Ginger Rogers y Marilyn Monroe. Porque, como decía él, hay que filmar gente que la cámara ame filmar.

También hubo westerns como Red River (1948), con John Wayne y Montgomery Clift, una historia de herencias y liderazgo, Rio Bravo (1959), con John Wayne, Dean Martin, Angie Dickinson y Ricky Nelson, una de mis favoritas de la vida, y por último, El Dorado (1966), con John Wayne, Robert Mitchum y James Caan. Todos estos films fueron apuntalados por los guiones de la gran Leigh Brackett, cuya pluma delineó grandes personajes femeninos y masculinos con la misma inteligencia y fuerza. Son películas que han sido fuente de inspiración para cineastas como John Carpenter o Quentin Tarantino.

Hawks también incursionó en el cine negro, como en The Big Sleep (1946), con la mítica pareja de Lauren Bacall y Humphrey Bogart, quienes de hecho se conocieron allí entre las sombras, y To Have and Have Not (1944), también con Bogart y Bacall, donde la química traspasa la pantalla. Y no podemos dejar afuera su contribución al cine de gánsteres con Scarface (1932), con Paul Muni. Pero no importa el género porque su clave narrativa está arraigada en los personajes que hacen, y en ese hacer se revelan, se vinculan, se enamoran, se traicionan, se salvan.

Antes de ser director, Hawks fue ingeniero mecánico, piloto de guerra y corredor de autos. Su fascinación por las máquinas y la velocidad se traslada al ritmo de sus películas. Hay algo físico en su forma de filmar en la que cada escena parece depender de un pulso o de algo invisible que marca los tiempos justos. Nadie como él supo conjugar la adrenalina con la gracia.

Howard Hawks no hizo películas para los libros de historia, sino para el espectador. Y, sin embargo, su obra está en todos los libros porque es imposible contar la historia del cine sin él. Fue un director de actores, un maestro del ritmo y, sobre todo, un narrador infalible.

  • Foto de perfil de Mery Linares

    Soy una humilde amante del cine clásico de Hollywood. Cada vez que veo una película de esa época, la historia revive y, con ella, también yo. Defiendo a los musicales con el alma porque, como decía Gene, ahí se bailan sueños. Con el cine de antes mi corazón siempre encuentra su ritmo y acá, como redactora de Edición Sunset, espero que encuentren el suyo.

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