
En esta edición queremos destacar a Joan Bennett, una actriz que transitó diferentes formatos, géneros y estilos, y que forma parte tal vez de un sector más escondido del cine clásico.
Nacida en el seno de una familia de artistas -sus padres eran actores y sus hermanas eran Constance y Barbara Bennett-, tuvo su debut en el escenario en Broadway a los 18 años, y pocos años más tarde ya brillaba en la gran pantalla en películas del pre-code como Disraeli (1929) y Moby Dick (1930), a la par de John Barrymore.
Durante esta época, firmó contrato con Fox Film y protagonizó, junto a Spencer Tracy, She Wanted a Millionaire (1932) y Me and My Gal (1932). En 1933, salió del estudio para interpretar a Amy en Little Women (1933), bajo la dirección de George Cukor en RKO.
Este rol llamó la atención de Walter Wanger -productor de, entre muchas otras, Queen Christina (1933), Stagecoach (1939) y Cleopatra (1963)-, bajo cuya producción Joan realizó Private Worlds (1935) de Gregory La Cava, que incluía un reparto de lujo: Claudette Colbert, Charles Boyer y Joel McCrea. También trabajó con su hermana Constance, Cary Grant y Walter Pidgeon en la comedia romántica Big Brown Eyes (1936) de Raoul Walsh.
Su futuro esposo Wanger y el director Tay Garnett le sugirieron realizar un cambio de look para la película Trade Winds (1938), con Fredric March, en la que su paso del rubio al morocho se incluye dentro de la trama. El nuevo cabello oscuro vino acompañado de una nueva imagen en la pantalla, que en la década siguiente evolucionó hacia la de femme fatale, especialmente dentro del noir.
Es aquí que forja una alianza creativa con uno de los maestros del género, el gran Fritz Lang, con quien hizo Man Hunt (1941), The Woman in the Window (1944), Scarlet Street (1945) y Secret Beyond the Door (1947). Aquí Joan nos probó que, entre sus múltiples facetas, podía ser la más despiadada de las femmes fatales. Otros noirs de la época incluyen The Woman on the Beach (1947) de Jean Renoir y The Reckless Moment (1949) de Max Ophüls.
Otra transformación de su screen persona llegó en la década de 1950, cuando transitó hacia roles más tiernos y familiares, principalmente en las comedias de Vincente Minnelli Father of the Bride (1950) y Father’s Little Dividend (1951), en las que se reencontró con su antiguo compañero, Spencer Tracy.
Durante los 60 pisó los estudios de televisión y su encarnación de la matriarca Elizabeth Collins Stoddard en la serie gótica Dark Shadows le otorgó reconocimiento de parte de un público renovado. Su última incursión en el séptimo arte fue en el rol de la enigmática Madame Blanc en Suspiria (1977), película de culto dirigida por Dario Argento.
Al repasar su legado, nos encontramos con una actriz que supo conquistar diversos territorios en la interpretación y que hizo funcionar el encasillamiento impuesto por los estudios a su favor. A través de sus metamorfosis y su incursión en variados géneros, nos quedamos como Edward G. Robinson al ver a aquella mujer del cuadro, absolutamente hermosa, enigmática y con una presencia que se vuelve inolvidable.