
¡Dios salve a Greta Garbo!
En buena hora Greta Garbo regresó a la MGM para entregar una de las interpretaciones de su vida. Donde la reina actriz no caminaba, flotaba; donde no hablaba, expresaba. El director Rouben Mamoulian fue quien con su lente esculpió los encuadres más precisos que registraron la mejor Garbo, una Garbo que recitaba poesía, y tanto la corte como nosotros caímos rendidos a sus pies.
Solo la sensibilidad de Mamoulian puede retratar a una reina leyendo en la penumbra para sentirse más humana en medio de la inmensidad de su habitación donde del otro lado de la puerta el deber manda. Así es esta historia que se inspiró en la vida de la reina Cristina de Suecia.
En Queen Christina nos mudamos a la gélida Suecia del siglo XVII, para conocer a una monarca mujer que desafía las expectativas de su tiempo: rechaza el matrimonio arreglado, prefiere la filosofía a la guerra y gobierna con una pasión que solo es equiparable a su anhelo de libertad. Pero su destino cambia cuando, en una posada cubierta de nieve, conoce a Antonio (John Gilbert), un enviado español que despierta en ella un amor tan ardoroso como imposible porque la vida «es tan gloriosamente improbable».
En ese pasaje donde se conocen Cristina y Antonio radica una de las escenas más románticas que vi en mi vida. Esta escena es un respiro de vida. Hay unas uvas que dicen más sobre el deseo que cualquier palabra. Mientras la nieve cubre el mundo de silencio, adentro el calor no viene de esa chimenea sino de dos almas que se descubren sin saberlo. Y ese plano que nos deja afuera y se esconde tras los pliegues de las cortinas es todo lo que el cine nos puede dar para sentir. Y si de sentir hablamos, que nadie me saque de la memoria como Garbo recorre cada esquina de la habitación es la poesía más sentida que vieron mis ojos. «He estado memorizando esta habitación. En el futuro, en mi memoria, viviré mucho en esta habitación…», dice la reina. John Gilbert la mira, espeluznado por la desnudez de ternura del personaje de Garbo, y mientras escribo estas líneas, sé que viviré mucho en esta película.
Pero nada como el final. En un mar de tragedia, ese plano no es un adiós, es el precio de la libertad suspendida en un rostro.
