Junio 2025

No hay posibilidad de ver una película de ella y que no te saque una sonrisa… o una lágrima. En esta oportunidad nos toca hablar de Rosalind Russell, una actriz que atravesó décadas y géneros con mucha versatilidad, pura potencia y un timing perfecto tanto para la comedia como para el drama.

Nacida el 4 de junio de 1907 en Connecticut, Rosalind estudió actuación a espaldas de sus padres, que creían que se preparaba para ser docente, pero su destino estaba en los escenarios. Comenzó como modelo y actriz de teatro, hasta que aterrizó en Hollywood a comienzos de los años 30.

Su paso inicial por Universal no destacó, pero bastó un cambio de estudio para que su carrera despegara. En MGM encontró terreno fértil, y a través de distintos papeles secundarios fue construyendo su presencia en la pantalla. Evelyn Prentice (1934), West Point of the Air (1935) y Craig’s Wife (1936) mostraron su talento para el drama, aunque ella pretendía desligarse de los roles de dama distinguida que le asignaban por su natural elegancia.

Ese deseo tomó forma en The Women (1939), la sátira sobre el mundo femenino de George Cukor, donde encarnó a la venenosa y sarcástica Sylvia Fowler. Allí compartió pantalla con Norma Shearer y Joan Crawford en un elenco completamente formado por mujeres, y su papel le abrió las puertas a su faceta como comediante, que explotaría al máximo al año siguiente.

En His Girl Friday (1940), dirigida por Howard Hawks, interpretó a Hildy Johnson, una reportera de lengua afilada que acompaña a Cary Grant en uno de los grandes duelos verbales del cine clásico. Con este rol encarnó la esencia de la protagonista femenina en una screwball comedy: aguda, fuerte y completamente dueña de la situación. Hawks había ofrecido el rol a una larga lista de actrices antes de llegar a ella, y Rosalind demostró que fue la elección perfecta.

En los años 40 continuó consolidándose como actriz multifacética. My Sister Eileen (1942) le valió su primera nominación al Oscar, y Sister Kenny (1946) le permitió desplegar su costado más serio al interpretar a una enfermera pionera en el tratamiento de la poliomielitis. Repitió ese éxito con Mourning Becomes Electra (1947), con un personaje profundamente emocional.

Pero su carrera no se detuvo en la pantalla grande. En los años 50 conquistó Broadway con el musical Wonderful Town y más tarde se convirtió en sinónimo de una figura entrañable: Auntie Mame. Primero en teatro y luego en su versión cinematográfica de 1958, creó un personaje desbordante de vida, excéntrico y libre, como solo ella podía interpretarlo. La película es un espectáculo de luces, colores y vestuario, y cuenta con el texto afilado de Betty Comden y Adolph Green.

Sus últimos trabajos en cine incluyeron títulos como Gypsy (1962) de Mervyn LeRoy, donde interpretó a la madre de la famosa vedette Gypsy Rose Lee, y The Trouble with Angels (1966), una comedia de Ida Lpino.

A lo largo de su carrera, si algo destaca de Rosalind es su carácter, su chispa y su fuerte capacidad para encarnar mujeres complejas. En cualquier género, las emociones son intensas cuando ella aparece en la pantalla y su presencia, así como su potencia, es imposible de ignorar y de olvidar.

Un año después del fallecimiento de Judy, la gran Connie Francis le rinde un homenaje que incluye dos de sus más icónicas canciones: The Man That Got Away y Over the Rainbow. Qué mejor que la potencia y la expresividad de Connie para semejante tarea.

Kubrick y Curtis

Junto a Mery Linares los invitamos a recorrer la carrera de este galán multifacético que es mucho más que un galán, a 100 años de su nacimiento.

Un despliegue de talento, homenaje, zapateos frenéticos, emoción y fuegos artificiales. Así puede definirse este número y esta película. Give My Regards to Broadway es una canción que George M. Cohan escribió en 1904 para el musical Little Johnny Jones, que también introdujo The Yankee Doodle Boy.

De la letra de esta última toma el nombre la película musical -dirigida por Michael Curtiz- que rinde tributo al icónico compositor y entertainer, a quien da vida el incomparablemente talentoso James Cagney. Este fragmento reproduce una escena del musical original de Cohan en la que el protagonista espera la señal de que su inocencia frente a una acusación falsa fue probada.

Póster de The Gold Rush

Por Mery Linares

@meryandthemovies

Un cuento de invierno que sigue brillando

¿Voy a arrancar cada clásico de Chaplin preguntándome lo mismo? Puede que sí.

¿Qué se puede decir sobre La quimera del oro, cien años después de su primera proyección? Seguramente nada nuevo. Pero ojalá estas humildes palabras, un poco repetitivas, quizás, sirvan para invitar a más personas a tener su encuentro con esta película, a por lo menos hurgar qué hay detrás de esas imágenes en blanco y negro.

Esta es una obra maestra de Charles Chaplin que reúne todo lo que el autor sabía hacer. Agarrar con la palma de su mano la tragedia, meterla en su sombrero y sacarla, como buen mago, transformada en la mejor comedia, iluminada con destellos de ternura.

En este caso, la tragedia es una historia sobre la fiebre del oro, pero en realidad el maestro Chaplin consiguió un cuento de invierno. Se trata de un relato sobre lo efímero, el hambre, el frío, el delirio, la esperanza, el amor no correspondido y las pequeñas batallas del día a día; un cuento de invierno que ha soportado las heladas más duras a lo largo de los años, por la fragilidad humana de su vagabundo, por los temas universales que aborda y por la maestría y eficiencia de sus artilugios cómicos.

Primero, detengámonos en la comedia. Aquí vamos a encontrar al Chaplin que se ríe del hambre como única herramienta para sostener la dignidad ante la adversidad. Esa cabaña se transforma en un paraíso donde cocinar una bota como un manjar no es solo eso. Es una bota hervida pero también es una coreografía y el sabor de la honradez. 

Otro punto alto es el gag de la cabaña a punto de caer por el acantilado; un fotograma que será fuente inagotable de comedia. Y ya sabemos de dónde se inspiraron los Looney Tunes para su temporada de cazadores: Bugs Bunny y el Pato Lucas siguiéndose con escopetas como el mismo vagabundo de Chaplin y Jim. O ese momento delirante en que el hambre hace imaginar un pavo al punto de creerlo real. Aquí hay trucos y más trucos, todos salidos del arsenal de Chaplin; una puesta en escena de su genio como explorador de la risa.

Pero esta comedia no es solo eso. La quimera del oro está inspirada en la fiebre del oro de Klondike y fue rodada en parte en Sierra Nevada. A través de paisajes nevados, Chaplin nos muestra quizás a su vagabundo más trágico, cuya verdadera búsqueda no es el oro, sino ser visto, ser querido y tener un lugar. Su propia mina de oro es el amor. Porque en el fondo, esta historia nos habla del deseo de dejar de ser invisibles.

Y entonces aparece Georgia Hale, una flor en medio del hielo. Su presencia lo es todo en la película. El vagabundo no solo se enamora de ella, sino de la idea de ser digno de su amor. Y qué decir del sueño de Año Nuevo, cuando tienen esa cita inventada, uno de los momentos más crueles y tiernos del cine de Chaplin. Porque esa secuencia solo existe en su cabeza, pero en nuestros ojos es como si fuera real. Esa coreografía de los pancitos grita el deseo de ser visto.

Después de cien años, La quimera del oro no tiene fecha de vencimiento. Porque sigue siendo el retrato de cómo la adversidad puede calarse en los huesos, pero también de cómo el sentido del humor, en un vagabundo de sombrero y bastón, puede ser lo único que nos quede para resistir este mundo que sigue girando, pero que se vuelve más áspero cada día.

Instantáneamente se nos pierde la cara larga cuando la vemos a ella desplegar todo su arte. Judy Garland nos regala más que una sonrisa en esta escena de A Star is Born (1954) que refleja el proceso de realización del cine musical. Esta épica de George Cukor es, además de una oda a los altibajos de Hollywood, una oda a Judy.

Póster de Irma la Douce
Foto de perfil de Celina Alba Posse

Por Celina Alba Posse

@capicomenta

Este 22 de junio celebramos el cumpleaños de Billy Wilder, un director que no necesita presentación. Brillante por donde se lo mire, Wilder nos dejó joyas del cine clásico como Double Indemnity (1944), Sunset Boulevard (1950), Some Like It Hot (1959) y The Apartment (1960), por mencionar algunas.

Y como si fuera a propósito, este mes también se cumplen 62 años del estreno de Irma la Douce (1963), una de sus comedias románticas más delirantes, donde Wilder elige —otra vez— a Jack Lemmon y Shirley MacLaine como protagonistas…

No hay dos sin tres

La película representa la tercera colaboración del director con Jack Lemmon, y la segunda con Shirley McLaine. Recordemos que años atrás Jack había protagonizado Some Like It Hot (1959), junto a Marilyn Monroe y Tony Curtis, y The Apartment (1960), esta última compartiendo cartelera con Shirley.

Asimismo, Irma es una de las tantas películas que Wilder escribió junto a I.A.L. Diamond –también compartieron créditos como guionistas en Some Like It Hot y The Apartment, y por esta última se llevaron el Oscar–, uno de sus socios creativos más fieles y con el que formó una de las más prolíficas parejas del guion hollywoodense.

De París a Hollywood y de Hollywood a París

Basada en el musical francés homónimo de 1956, la película nos transporta a las calles París, donde conocemos a Néstor Patou (Lemmon), un ingenuo policía que, tras ser despedido por intentar erradicar la prostitución en el barrio de Les Halles, termina enamorado de Irma “la Dulce” (MacLaine), una popular trabajadora sexual. Despedido y desmotivado, Néstor se convierte accidentalmente en su proxeneta y, celoso de sus clientes, inventa un alter ego con la ayuda de su amigo cantinero Moustache (Lou Jacobi): «Lord X», un aristócrata británico que paga para ser su único amante.

Numerosos gags de por medio, la irreverencia de la película nunca termina de escalar. Hay peleas, boda, parto, y un inesperado último giro que nos recuerda que en el universo de Billy Wilder, nada, ni siquiera una comedia romántica, es simple… pero esa es otra historia.

Moustache: But that’s another story…

La tercera en discordia

Some Like It Hot y The Apartment marcaron un estándar difícil de superar y siguen siendo paradas obligatorias para quienes disfrutan del cine clásico. Y si bien Irma no logró el mismo renombre, no tiene nada que envidiarle en cuanto a picardía y transgresión, ofreciéndonos una experiencia con el inconfundible sello de Wilder.

Además, la película fue una de las primeras comedias hollywoodenses mainstream en referirse al trabajo sexual de forma directa y explícita –obviamente, siempre con un tono ligero–. Un elemento notable, y que me sorprendió gratamente, más allá del excelente guion, la puesta en escena y la banda sonora –que, recordemos, se llevó el Oscar— fue la cintura de Billy para retratar la prostitución: Irma la Douce tiene un tono tan impecable que la aleja por completo del morbo, la provocación gratuita y, por ende, del cine de explotación. Tan irónica como tierna, dejó abierta la puerta para que Hollywood empezara a hablar más abiertamente de la profesión más antigua del mundo en un tono mas light, con una clase e inteligencia de la que solo sería capaz Billy.

Moustache: Shows you the kind of world we live in. Love is illegal – but not hate. That you can do anywhere, anytime, to anybody. But if you want a little warmth, a little tenderness, a shoulder to cry on, a smile to cuddle up with, you have to hide in dark corners, like a criminal. Pfui.

De la fuente inagotable de creatividad del Tin Pan Alley surge este clásico en 1926, compuesto por Harry Akst con letra de Benny Davis. Aquí pueden escuchar la primera grabación de aquel año, con la clásica sonoridad del fox trot.

La canción se convirtió en uno de los sellos de Al Jolson, apareció y le dio nombre a una película pre-code de Barbara Stanwyck y fue interpretada hasta por Paul McCartney en los 70.

Los tallos amargos (1956) – Fernando Ayala

Póster de Los Tallos Amargos

El noir suele ser un vehículo para abarcar una tragedia personal a través de los escenarios más oscuros que habita el hombre. Hay un aire de ruina que recorre a cada uno de los personajes, de los ambientes, hasta de las profesiones. El amigo se vuelve traidor, la mujer amada se transforma en veneno y la vida propia se convierte en un medio para el destino fatal. Entre la dureza del crimen, la amargura del exceso de alcohol y los marcados contrastes de luces se esconde un profundo drama tan inevitable como terrible.

Esta obra monumental de Fernando Ayala -que hoy podemos disfrutar gracias al trabajo de preservación de Alberto González y Fernando Martín Peña, y al de restauración de la Film Noir Foundation- reúne los elementos mas característicos del género en una historia de complejidad psicológica, anhelos de gloria y un camino de autodestrucción.

La trama inicia con un viaje en tren a Ituzaingó y un misterioso pasaje solo de ida. Carlos Cores da vida a Alfredo Gasper, un periodista marcado por la ausencia de grandeza y la aspiración de convertirse en héroe y hacer algo importante. A través de flashbacks magistralmente guiados por los reflejos de los vidrios, la narración va y vuelve sobre ese viaje en tren hasta explicarnos su motivo. Gasper viaja con Liudas, interpretado hermosamente por Vassili Lambrinos, un inmigrante europeo sin papeles que lo iniciará en el camino de la estafa.

Pero en Los tallos amargos la estafa no tiene que ver ni con apuestas, ni con armas, ni con sustancias. Aquí la estafa se realiza a través de la profesión de Gasper, el cuarto poder, el periodismo. «Gente cree que periodista tiene sartén por mango, que mundo está en manos de periodista» dice Liudas convencido. Con unos materiales que Liudas trajo de europa, ambos comienzan una asociación de cursos de periodismo por correspondencia que no sirven para nada, solo para engañar idiotas y conseguir dinero.

En este emprendimiento de dudosa moral, Gasper parece encontrar su llamado heroico: con la plata que ganen podrían traer a la familia de Liudas a Argentina, tierra de paz. Sin embargo, pronto la duda, la desconfianza y la ambición tomarán posesión del destino de Gasper, cuyas decisiones llevarán al espectador hasta el borde del asiento.

La fotografía de Ricardo Younis y la música de Astor Piazzolla no hacen más que añadir mayor belleza visual y auditiva a esta obra que es bella desde todas sus aristas. Parte de la vida de Gasper se nos presenta de manera simbólica a través de un sueño perfectamente construido. Deslumbra en el reparto también Aída Luz, con una historia secundaria pero tan desdichada como la del protagonista.

Como en los mitos griegos, en el noir la desgracia es aquello que se elige. Y todo por esa irremediable motivación de hacer paf.

«¿No conoces una de las canciones más hermosas de Estados Unidos?» le pregunta Edie Adams a Dino en esta cómica versión de, en efecto, una de las más bellas canciones de aquel país: By the Light of the Silvery Moon, que se estrenó en las Ziegfeld Follies de 1909. Luego de un par de vueltas de un coro de lo más florido, ambos nos deleitan con su bella melodía.

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