
Cuando hablamos de Donald O’Connor no solo hablamos de un artista excepcional al que le brotaba el talento por todos lados, sino de un tipo de artista que no volverá a existir más: ese que aprendió el oficio mientras aprendía a caminar y que llevó el entretenimiento en la sangre desde la cuna hasta sus últimos días.
El vaudeville fue su escuela. En el seno de una familia de troupers, ya estaba bailando apenas pasado el año de vida. Junto con su madre y su hermano formó un acto familiar con el que recorrió el país y adquirió las bases de la comedia, el baile y la improvisación.
En el cine empezó de muy chico, con pequeños papeles a finales de los años 30. En los 40 formó una dupla con Peggy Ryan en una serie de musicales juveniles, en una apuesta de Universal similar a los de Mickey Rooney y Judy Garland en MGM. Para trabajar en las películas, estudió por primera vez baile de manera formal, lo que le permitió, en sus palabras, convertirse en un bailarín profesional completo.
Luego de la guerra, continuó en Universal en el ámbito de las comedias musicales, como junto a Deanna Durbin en Something in the Wind (1947), pero, sin dudas, la década siguiente le guardaría una distinción especial en el género. Como Cosmo Brown, el amigo inseparable del personaje de Gene Kelly en Singin’ in the Rain (1952), Donald desplegó al máximo todo lo que lo hacía único: rapidez verbal, timing cómico, zapateos vertiginosos y una destreza acrobática sin igual. Su número Make ‘Em Laugh, expresión de su primer hogar, el vaudeville, es una explosión del más puro humor físico.
Los años 50 también lo tuvieron como protagonista de varios títulos importantes: I Love Melvin (1953) con Debbie Reynolds, Call Me Madam (1953) junto a Ethel Merman, y There’s No Business Like Show Business (1954), donde compartió créditos con Marilyn Monroe.
En los 60, se volcó a la televisión y al teatro. Condujo The Donald O’Connor Show y apareció en distintos programas y especiales. En las décadas siguientes siguió en actividad, alternando cine, giras, musicales de Broadway y shows en Las Vegas.
«Podía hacer cualquier cosa y lo hacía todo bien» dijo su amiga y compañera de reparto Mitzi Gaynor. Más que un bailarín de musicales ligeros, Donald fue un acróbata con la mira en entretener, un cómico de diálogos veloces y un slapstick impecable y un zapateador brillante con un estilo atlético único. Se dice que entre sus últimas palabras agradeció a la Academia por el premio que nunca le dieron en vida. Creo que el mejor «lifetime achievement award» que podemos darle es disfrutar y admirar su trabajo, el de un vaudevillian que llegó a la pantalla para hacer reír y maravillar.



