
A lo largo de sus primeros 30 años de historia, MGM tuvo muchas fluctuaciones económicas y artísticas, pero una figura se mantuvo estable: la de Cedric Gibbons, el mayor exponente del arte y la mente detrás de algunos de los escenarios más memorables del estudio.
Cuando se formó MGM en 1924, Gibbons ya llevaba diez años de experiencia en la dirección de arte. En el estudio del león supervisó decoradores, utileros, delineantes, carpinteros, artistas escénicos e investigadores, entre muchos otros profesionales, dentro de su propia unidad creativa. También fue mentor de algunos de los mejores diseñadores de Hollywood.
Si la visión de Louis B. Mayer de crear películas hermosas se llevó a cabo fue en gran parte gracias al trabajo de Gibbons. Desde los penthouses de Greta Garbo o Joan Crawford hasta el vecindario de Andy Hardy o la casa en la selva de Tarzán, Gibbons creó los escenarios en los que suceden todos los tipos de magia.
Lideró el glamour de los años 30 con producciones como la de Grand Hotel (1932), en un puro art déco, y dio vida a recreaciones históricas impresionantes para films como David Copperfield (1935), Romeo and Juliet (1936) y Marie Antoinette (1938). Para esta última, dirigió la creación de 98 sets del palacio de Versailles que, aunque no eran réplicas, le valieron un reconocimiento del gobierno francés.
Una de sus más memorables producciones fue la del clásico del estudio, Wizard of Oz (1939), para la cual ideó el concepto de la Ciudad Esmeralda y supervisó el trabajo de William A. Horning. También estuvo detrás de algunas de las producciones musicales más distintivas de MGM, como Meet Me in St. Louis (1944), An American in Paris (1951) y la inolvidable secuencia de Broadway Melody en Singin’ in the Rain (1952).
Con alrededor de 1500 supervisiones, su nombre apareció en prácticamente todas las películas de MGM producidas en Estados Unidos hasta su retiro en 1956. Mucho más que el diseñador de la estatuilla del Oscar (premio del que se llevó once en su carrera), Gibbons fue una pieza infaltable en el set del cine clásico, y fue el que le dio su impronta de distinción y altura a cada producción de MGM en sus años dorados.