Audrey Hepburn

Parece increíble pero todavía no le habíamos dedicado su sección especial a la princesa de las comedias románticas de los años 50 y 60. Como sucede con aquellos cuya imagen se convierte en un ícono universal, explorar su carrera y su trabajo actoral se siente como quitarle las capas a una cebolla. Dos características saltan a la vista en cualquiera de las interpretaciones de Audrey Hepburn: la distinción y la inocencia.

Su ingreso al mundo del entretenimiento ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó a tomar clases de ballet y a trabajar como modelo, chorus girl y actriz en Europa. En 1951, fue contratada para ser la protagonista en una puesta de Gigi en Broadway por la que recibió muchos elogios y que se extendió hasta el año siguiente. Luego tuvo su primer rol importante en film en el drama británico Secret People (1952), en donde interpretó a una bailarina.

Pero su primer protagónico en la pantalla grande, que significó un salto directo a la fama, fue el rol de la princesa Ann en Roman Holiday (1953) de William Wyler. «Tenía todo lo que estaba buscando» dijo Willie sobre su protagonista elegida para la historia de una princesa que decide vivir como una persona normal por un día. Esta película le valió el Oscar a quien era prácticamente una desconocida en Hollywood y la convirtió en estrella de la noche a la mañana.

Al año siguiente -contrato con Paramount mediante- llegaría su cuento de Cenicienta con Sabrina (1954) de Billy Wilder, en la que su personaje pasa de intentar terminar con su vida a causa del desamor a afirmar que es la luna la que la quiere alcanzar a ella. A esta comedia romántica le siguió la adaptación de la novela de Tolstói War and Peace (1956) de King Vidor, junto a Henry Fonda y -su marido- Mel Ferrer, el musical Funny Face (1957) de Stanley Donen con Fred Astaire y una nueva colaboración con Billy, Love in the Afternoon (1957) con Gary Cooper y Maurice Chevalier.

Otra interpretación muy aclamada fue la de The Nun’s Story (1959), drama de Fred Zinnemann, seguida por el western de John Huston The Unforgiven (1960), con Burt Lancaster. Si su papel en Roman Holiday fue el que la hizo despegar, el de Holly Golightly en Breakfast at Tiffany’s (1961) de Blake Edwards la terminó de volver inmortal. Hallamos pocos personajes más icónicos en la historia del cine.

Ese mismo año protagonizó junto a Shirley MacLaine The Children’s Hour (1961), un drama sobre las terribles consecuencias de la mentira, también dirigido por Wyler. Su siguiente película fue una nueva colaboración con Donen, esta vez junto a Cary Grant: Charade (1963), una genial historia que no sabemos si incluir en el suspense, la comedia o el romance pero que brilla en todos los géneros.

Al año siguiente se reunió con su compañero de Sabrina, William Holden, en Paris When It Sizzles (1964) de Richard Quine y protagonizó una de las más grandes producciones de la década: la adaptación de My Fair Lady de George Cukor, en la que dio vida a Eliza Doolittle y compartió pantalla con Rex Harrison. Sus últimas películas de los 60 incluyen la hilarante How to Steal a Million (1966), Two for the Road (1967) -también de Stanley- y Wait Until Dark (1967). A partir de allí, redujo drásticamente su trabajo artístico y caminó otros rumbos.

Suele ocurrir con los actores que conquistan el corazón del público de forma unánime que una parte de ellos se transfiere a la pantalla y se nos presentan de manera más abierta y honesta a los espectadores. Creo que eso podemos ver en las películas de Audrey: quién era ella, y por eso podemos conectar tan fácilmente con sus personajes. Sus interpretaciones nos invitan a buscar más allá de la figura que se copia y pega en pósters, y a descubrir que una princesa puede ser una chica cualquiera o que la hija del chófer puede ser la reina del baile.

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