My Fair Lady (1964) – George Cukor

Póster de My Fair Lady

My Fair Lady: Podría verla toda la vida

Se cumplen 60 años de My Fair Lady, una de las películas más sensacionales de aquella época desde la estética, la dirección y las actuaciones; un verdadero abanico de talento que intentaré desentrañar en este comentario. La película tiene una extensión de casi tres horas que en aquel momento se proyectaba con intervalo, algo que se ha convertido en esta época en algo casi de mal gusto pero lo cierto es que el metraje lo vale cada segundo ya que es un monumento digno de admiración de tanta artesanía y elegancia cinematográfica. Asimismo, entre canción y canción se puede escuchar una reflexión sobre la sociedad y su lucha de clases, pero principalmente sobre cómo se esculpe la identidad, lo que proporciona un rico debate hasta nuestros días. 

Para empezar, me parece pertinente mencionar de dónde se erige esta película. Todo comienza en Irlanda, en 1923, cuando el fértil filósofo, filólogo, dramaturgo e inventor Bernard Shaw publica la obra Pigmalión, que deja entrever su visión del socialismo fabiano y reflexiona sobre la diferencia entre las clases sociales y como la lingüística, la ropa, el vocabulario van surcando la sociedad. 

Esta fue la inspiración para una obra de teatro en Broadway y luego en una película. Me parece fascinante como un texto puede inspirar tantas lecturas con adaptaciones sin límites.

A modo de homenaje de este sueño que es My Fair Lady intentaré desarrollar el comentario como si tuviera la fachada de una obra de teatro ya que la película es una gran muestra de cuando el cine se apoya en una teatralidad controlada y refinada. 

Backstage: El sueño de Jack Warner

Cuenta la leyenda que el productor Jack Warner asistió a la obra homónima en Broadway que se estrenó por primera vez en 1956 y que en aquel momento era todo un éxito. Los protagonistas eran el gran Rex Harrison y una dulce y desconocida Julie Andrews, quienes deslumbraron en cada escena con su talento. Fascinado con lo que vio, Warner no dudó un segundo y tuvo el sueño de trasladar esa historia a la pantalla grande. 

La maquinaria de Warner apostó por todo. La película costó 17 millones de dólares, una cifra descabellada para la época pero así fue como consiguieron toda la artillería de talentos. Jack obtuvo los derechos por la suma de 5 millones de dólares y el rodaje se extendió por un año. El encargado del guion fue Alan Lerner, a quien conocimos por An American in Paris (1951). Para el libreto musical y sus acordes, tuvieron a los mismísimos Frederick Loewe y André Previn y como coreógrafo a Hermes Pan. 

No perdamos vista que era un musical, por lo que no cualquier director podía tomar semejante desafío. Para ello, Jack consiguió a George Cukor, un director que se nutrió en el teatro y luego se abrió paso en Hollywood como el ‘director de mujeres’ por su estilo sofisticado y su capacidad de conjugar humor, romance y crítica social. 

En cuanto a los intérpretes, Jack decidió contar con los actores originales como  Rex Harrison como el profesor Higgins y Stanley Holloway como el padre de Eliza, pero ¿dónde estuvo la controversia? A Jack Warner no le parecía que Julie Andrews tuviese todavía el brillo de estrella, esa capacidad para hacer que la gente llene salas. Es por eso que busco a Audrey Hepburn para darle vida a la inolvidable vendedora de flores Doolittle. 

Pero la vida siempre ofrece revancha. Ese mismo año, Julie Andrews deslumbró al mundo con su interpretación en Mary Poppins, un papel que le valió un merecido Oscar. Aunque Audrey Hepburn no fue nominada por su trabajo en My Fair Lady, y la prensa intentó sembrar rivalidad entre ellas, ambas se comportaron como verdaderas reinas: mantuvieron una relación cordial y se apoyaron mutuamente durante la temporada de premios, demostrando clase y elegancia en todo momento, tal como lo hubiesen hecho sus personajes. 

Pero lo que persiste de esta obra cinematográfica es la explosión visual que se desprende de la estética, el diseño de producción y ¡los vestidos! con signos de exclamación porque es una belleza cómo acompañan cada paso del arco del personaje de Eliza. El responsable de esto fue el icónico Cecil Beaton, un fotógrafo, pintor, diseñador de vestuario y modista británico que se encargó de cada detalle para darle el tono perfecto de la película. 

Y desde su estreno en 1964, la película se convirtió en un éxito de taquilla, ganó 8 premios Oscar incluyendo a Mejor Película y es considerada por el American Film Institute como la octava Mejor Película Musical de la historia. 

Acto: Un florista y sus flores

Como dije anteriormente, esta película respira teatralidad, al punto que hay fotogramas que parecen pintados o incluso los actores parecen figuras de porcelana. El pulso de Cukor da cuenta de su proeza de años: el ritmo es preciso, los decorados son grandiosos y la cámara acompaña el punto de inflexión de Eliza, donde la canción The Rain in Spain entremezcla sofisticación, humor y sensibilidad. Aunque mi favorita es I Could Have Danced All Night, un momento de euforia y transformación que es hasta emocionante y la dirección de Cukor evidencia su sobrenombre del director de mujeres o el que mejor captó a Audrey.

Porque esta película es Audrey Hepburn. Aunque lo primero que nos muestran los libros es su aparición en Breakfast at Tiffany’s (1961), mi tesis es que la mejor Audrey está en esta película. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento refleja la mayor dificultad que tiene un intérprete: encarnar un personaje en plena metamorfosis, y Audrey lo realiza con un carisma y una facilidad que es indeleble. Desde la escena en la que habla por primera vez con ese acento del mundo Cockney hasta cuando grita: “Come on, Dover! Come on, Dover! Move your bloomin’ arse!” en medio de toda la aristocracia inglesa, cada momento suyo forma el corazón de la película, porque entre todo el decorado que subraya la idea del artificio, es claro que no se puede esculpir la identidad pero sí disfrazarla. 

Por otro lado, tenemos a Rex Harrison que es también inolvidable como el detestable profesor Henry Higgins con su método de ‘speak-sing’ que refuerza las ideas de su personaje: imperioso y cerebral. Bajo la dirección impecable de Cukor, la química y las interpretaciones de Harrison y Audrey son las grandes flores de esta película.  

Intervalo: Cecil Beaton, Cecil Beaton y Cecil Beaton

Es casi una tesis indiscutible: la película es el artificio de Cecil Beaton. Los detalles, el color, los vestidos y los ambientes son lo que hacen de esta película un legado estoico en la cultura popular. Tomemos la escena de Ascot, donde el despliegue visual es apabullante, una vidriera de moda, elegancia y sofisticación. Cada línea negra y blanca resalta la tensión y el dramatismo de la presentación de Eliza Doolittle en la alta sociedad. Y solo Audrey podría haber vestido con tanta naturalidad semejante sombrero entre tanta estilización. 

Leyendo sobre la película me encontré con un artículo maravilloso de El País escrito por la periodista Mariola Cubells en el que recompone lo más interesante del libro Diario de rodaje de My Fair Lady. En este libro el mismo Cecil Beaton reconstruye cada paso de confeccionar este histórico musical. En el artículo la periodista además explora la relación entre Audrey Cecil y cómo ambos terminaron apoyándose mutuamente. Hasta comparte lo que la actriz le escribió tras ver el libro: 

Querido C.B.:

Desde que tengo uso de razón, he deseado ser guapa. Anoche, mirando las fotos, durante un breve instante, me pareció serlo, y todo gracias a ti.

Audrey.

Audrey: siempre lo serás y esta película es la esencia de tu legado. 

Final:  Podría verla toda la vida (se lee con el acorde de I Could Have Danced all Night)

Ya sea por la emblemática dirección de Cukor, el perfeccionismo de Cecil Beaton, el esplendor de Audrey Hepburn, la magnífica interpretación de Rex Harrison, la grandiosidad de cada ambiente, la belleza y el estilismo de cada plano, la música, la teatralidad e incluso toda la complejidad que aborda entre tanto artificio, My Fair Lady es una película que podría ver toda la vida

  • Foto de perfil de Mery Linares

    Soy una humilde amante del cine clásico de Hollywood. Cada vez que veo una película de esa época, la historia revive y, con ella, también yo. Defiendo a los musicales con el alma porque, como decía Gene, ahí se bailan sueños. Con el cine de antes mi corazón siempre encuentra su ritmo y acá, como redactora de Edición Sunset, espero que encuentren el suyo.

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