The Letter (1940) – William Wyler

Póster de The Letter (1940)

William Wyler debe ser uno de los mejores directores de la era dorada de Hollywood en retratar la psiquis femenina. Siempre con esa precisión justa para que su cámara sea una confidente de aquellos personajes donde el mundo exterior las sacude y las cincela. El abanico de posibilidades en la filmografía de este director es infinita, al punto que coquetea con una gran cantidad de géneros bajo un dominio artesanal digno de admirar eternamente.

El director, nacido en 1902 en una familia de Mulhaus, región francesa, conquistó Hollywood gracias a su capacidad de montar relatos de intensidad dramática abordando su propio género, el de los conflictos domésticos donde la tiranía de pensamientos y palabras están más cargados de pólvora que un arma. 

Dentro de ese marco ubicamos a la joya que exhibe toda la proeza de este director que es The Letter (1940) y que cuenta con la magistral colaboración de Bette Davis, la reina preciada de Warner Brothers en aquel tiempo. Esta película no solo cumple con el pilar fundamental de Wyler sino que, a través de los estudios cinematográficos, se puede inscribir dentro del género film noir por varias razones, como la reconstrucción de un crimen, el contraste de luces y sombras y el juego de la moral. Sin embargo, lo que realmente la distingue es el logro de Davis, quien, a diferencia de muchos actores en la historia del cine, logra generar un género propio. Esta no es solo una película de cine negro, es una película de Davis. 

La escena de apertura de esta película es una de las mejores de la historia del cine, y no, prometo que no es una hipérbole. En una atmósfera expectante de una noche de luz de luna nos adentramos en una residencia en la que en segundos escuchamos el rugido de una pistola y la cámara se acerca a los ojos de Bette Davis que condensan sentimientos encontrados. Cada milímetro es punzante, cala profundo y es imposible de olvidar.

A partir de este inicio, la película reconstruye el hecho a través del testimonio de Leslie Crosbie, en la piel de Davis, cuya elegancia e impasibilidad generará incertidumbre en el abogado amigo de la familia. Quien nunca duda es su esposo, el administrador de una plantación de esa tierra desconocida, Singapur. Pero todo da un giro cuando surge una carta escrita del puño de Leslie que sembrará la duda en quienes la rodean y en la propia audiencia, jugando con nuestras expectativas.

Aquí radica la magia de esta película: un relato que desentraña con maestría la duplicidad de un personaje cuya mirada, con una precisión casi quirúrgica, revela la sutil frontera entre los sentimientos que coexisten en su ser y desborda el filo del amor, con una cita que solo la oscuridad del cine negro podía permitir: «Con todo mi corazón, sigo amando al hombre que maté».

Esta historia está basada en la obra de teatro homónima de W. Somerset Maugham, obtuvo siete nominaciones a los Premios Oscar y sería parte de la racha inigualable de Wyler, quien fue nominado cinco veces consecutivas como Mejor Director y por Mejor Película, entre ellas, Wuthering Heights (1939), The Letter, The Little Foxes (1941), Mrs. Miniver (1942) y The Best Years of Our Lives (1946). 

Cuenta la leyenda que Bette Davis y William Wyler eran amantes desde que hicieron juntos Jezebel (1938) y se dice que ambos peleaban fogosamente. Hasta la misma Davis admitió que en el rodaje de La Carta discutían sobre la composición de su personaje, algo que el mismo equipo de la película admitió que generaba una atmósfera de tensión y drama hasta la última escena de la película.

«Lo hice a su manera… Sí, perdí una batalla, pero la perdí ante un genio… Muchos directores eran tan mediocres que tenía que tomar el control. Inseguros, sin creatividad, temerosos de defender sus ideas, no me ofrecían la seguridad que este tirano me brindó». Esto decía Bette sobre Wyler, dos corceles indomables que lograron bordar en esta joya cinematográfica el peso de una pasión oculta.

  • Foto de perfil de Mery Linares

    Soy una humilde amante del cine clásico de Hollywood. Cada vez que veo una película de esa época, la historia revive y, con ella, también yo. Defiendo a los musicales con el alma porque, como decía Gene, ahí se bailan sueños. Con el cine de antes mi corazón siempre encuentra su ritmo y acá, como redactora de Edición Sunset, espero que encuentren el suyo.

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