Ernst Lubitsch

El mago

Después de ver una película de Ernst Lubitsch, nunca volverás a mirar del mismo modo un sombrero, un pañuelo o una puerta. Tampoco sentirás igual una risa, un juego de palabras o una mirada. Este gran cineasta entendió la naturaleza humana como pocos: se acercó a ella con un lente tan auténtico como natural, envolviéndola en el artificio de la comedia.

Lubitsch creó un lenguaje propio que sigue vivo en los libros de cine, un lenguaje de sofisticación y sugerencia que está hecho de tinta indeleble: El toque Lubitsch. Se trata de un estilo único que ha impregnado a generaciones enteras de cineastas; hasta Billy Wilder y Joseph L. Mankiewicz admitieron haber sido formidables devotos. Pero su genio no termina ahí. Lubitsch no solo inventó un lenguaje cinematográfico, también fue un gran orfebre de geografías, recreó rincones de Europa —Viena, París, Budapest, Varsovia— para tejer un único lugar: un mundo de ensueño, la tierra de Lubitsch.

En un imaginario lleno de elegancia, juego, insinuaciones y personajes extravagantes, Lubitsch fue, en todo sentido, un verdadero mago del cine. Si no pregúntenle a Greta Garbo que dijo que fue el único gran director que conoció en su carrera, y cómo olvidar su personaje rígido y estoico en Ninotchka (1939) en el que un sombrero pudo canalizar su emoción y penetrar su fachada ideológica, it’s magic!

Nacido en Berlín en 1892, Ernst Lubitsch creció en una familia de comerciantes pero tal como en los personajes de sus películas, su corazón encontró una dualidad que le abriría muchas puertas: el escenario. Su interés por el teatro floreció temprano, se convirtió en una doble vida en la que de día trabajaba en el negocio familiar mientras que de noche se convertía en actor de cabarets y salas de música. A sus 20 años logró ser parte del prestigioso Deutsches Theatre de Max Reinhardt. Luego llegó el vehículo donde depositó todo su don: el cine. Primero debutó como actor de comedia, una situación nutritiva y experimental que lo empujó al siguiente nivel, empezar a dirigir en Alemania. 

En plena época del cine silente, el berlinés comenzó a forjar un universo de posibilidades, de la magia de imaginar por nosotros mismos y del artificio de la sugerencia. Hacia los años 20, su talento emigraría hacia Hollywood donde consiguió una cadena imparable de triunfos. Aunque sus comienzos fueron para la Warner Bros. en la que dirigió el éxito The Marriage Circle, el director terminó haciendo la transición hacia el mundo sonoro en la Paramount donde en 1935 fue nombrado jefe de producción. Además, cuenta la leyenda que gracias a ese puesto se encargó de conseguir trabajo para otros coterráneos cineastas que habían emigrado.

A lo largo de su carrera, Lubitsch exploró los matices del romance y los juegos del amor y la infidelidad siempre con una ironía y una ligereza que revelaba la naturaleza humana que nos posee. Así capturaba las contradicciones de las que no podemos escapar y cómo los límites, muchas veces presos de la tentación, terminan desdibujados. Pero, sobre todo, Lubitsch nunca se tomaba demasiado en serio; para él, la vida era un juego al que había que jugar con las reglas sociales. Y si quedan dudas, tomemos a Design for Living (1933), una película que pinta un triángulo amoroso sin ningún tipo de tibieza: «Es un arreglo perfecto: yo los amo a los dos» dice una divertida Miriam Hopkins a Gary Cooper y Fredric March. Lubitsch se reía de las convenciones y nos invitaba a hacer lo mismo.

Así fue como en 1942 desafió al público con To Be or Not to Be, una comedia que se atrevió a burlarse del nazismo en plena Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo burlarse del horror sin banalizar? Lubitsch encontró la respuesta en el ingenio. Mientras muchos críticos se preguntaron qué tenía de gracioso un dictador, Lubitsch nos demostró que tenía todo para serlo, si sabemos cómo quitarle el poder de asustarnos. Aunque en el momento de su estreno no fue bien recibida, al día de hoy esta sátira es una de sus obras maestras donde radica su legado más preciado: incluso en los tiempos más oscuros, el humor puede llegar a ser el arma más poderosa.

Cuando falleció en 1947, Billy Wilder resumió el sentimiento colectivo con una frase que sigue siendo legendaria: «No más Lubitsch». Pero William Wyler, otro gigante del cine, redobló: «Peor que eso: no más películas de Lubitsch». Aunque fue una puerta que se cerró definitivamente, el legado de Lubitsch se afinca ahí: el verdadero arte no está en mostrarlo todo, sino en dejar espacio para que imaginemos lo que ocurre cuando la puerta se cierra.

  • Foto de perfil de Mery Linares

    Soy una humilde amante del cine clásico de Hollywood. Cada vez que veo una película de esa época, la historia revive y, con ella, también yo. Defiendo a los musicales con el alma porque, como decía Gene, ahí se bailan sueños. Con el cine de antes mi corazón siempre encuentra su ritmo y acá, como redactora de Edición Sunset, espero que encuentren el suyo.

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