Leave Her to Heaven (1945) – John M. Stahl

Póster de Leave Her to Heaven

Reseña de Mery Linares

@meryandthemovies

Leave Her to Heaven (Que el cielo la juzgue, en español) es de esas películas que se sienten como entrar a una mansión en la que pareciera que cada día hay una habitación por descubrir qué es lo que esconde. Esta cinta presenta muchas particularidades para la época y se considera que innova en medio de la proliferación del noir de los años 1940s, ya que construye una historia en la que no solo coquetea con los elementos del cine negro, sino que galantea con el lenguaje del melodrama e incluso muta en su último acto hacia las características de un drama de juicio. 

El director John M. Stahl decide teñir de color el celuloide en el que compone las escenas para acercarnos aún más a la intensidad y psicología de los personajes que rodean la historia. Ahí radica la rareza de la película, ya que podríamos hasta incluso considerarla como un típico melodrama de los años cincuenta donde reinaban las ficciones de Douglas Sirk, quien germinó en ese tiempo el lenguaje del melodrama. Este suponía una puesta de escena suntuosa, una fuerte paleta de colores, primerísimos planos e iluminación expresiva, todo al servicio de elevar la intensidad emotiva. Estas revelaciones las encontramos en Leave Her to Heaven y es por eso que, si en la edición anterior abrimos la puerta de la habitación del noir para descubrirla, esta vez nos mudamos a la sala melodramática. 

La historia sigue a Richard Harland, interpretado por Cornel Wilde, un joven escritor que se encuentra con Ellen Berent, una mujer de la alta sociedad interpretada por Gene Tierney, durante un viaje en tren. Ellen se enamora perdidamente de Harland al punto de proponerle matrimonio sin perder tiempo. En todo ese primer tramo de metraje, somos testigos de que Ellen lo ama, lo adora y lo desea pero poco a poco su amor se torna una obsesión peligrosa. 

Retomando la metáfora de la mansión, en este tramo de la película, la mansión cobra un fuerte símbolo de fortificación en el que Ellen decide edificar para que nadie interfiera en su camino. La protagonista no permitirá que nadie, ya sea el hermano menor discapacitado de Harland, Danny (interpretado por Darryl Hickman), o su futuro hijo, interfiera en su deseo de tener a Harland solo para ella. 

En ese desborde emocional y saturación de colores y la forma, Stahl va tejiendo un melodrama donde la complejidad y la interioridad de Ellen se adueñan del relato pero dicha narrativa hubiese sido imposible sin la actuación de Gene Tierney. Como detalla el ensayo de Criterion Collection de Megan Abbott Los ojos de Ellen Berent que comienza con el interrogante que nos impone la cinta:

¿Cómo hablar de «Leave Her to Heaven» sin mencionar el rostro de Gene Tierney? No se puede. Porque sus planos y curvas, sus expresiones astutas y su opacidad tentadora son una pieza central de la propia película. Una serie de gloriosos primeros planos en Technicolor, casi deslumbrantes, resaltan los rasgos con una intensidad que su belleza misteriosa casi abruma la pantalla. Casi parece magia.

Y parece magia porque el retrato de esta mujer es cautivante y exprime la dualidad que representa Ellen, la dulce y la perversa, una encrucijada en la que iremos descubriendo el propio trauma psicológico de Ellen de haber perdido a su padre. 

Gene Tierney obtuvo una nominación al Oscar por su encarnación de Ellen en la que consigue una de las mejores interpretaciones de su carrera. El retrato de Ellen conlleva una de las tantas escenas memorables de la cinta que es la de la escalera. En ese momento, Ellen viste un camisón refinado de color celeste que se eleva junto al empapelado celeste floral de las paredes de la casa, ambos se asemejan a un cielo y la tensión se apodera del escenario. La incertidumbre se hilvana en un silencio punzante pero se apoya en la música expresiva. Luego, la cámara registra el rostro de Gene Tierney que tiene la capacidad de resumir en ese primerísimo plano el desborde de una mujer sumida por su miedo y desesperación y que quiebra al lanzarse por las escaleras donde, frente a todo ese fondo celeste, solo queda que el cielo la juzgue. 

La imagen está sujeta a derechos de autor.

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