
Si el cielo puede esperar, el amor no.
Alabado sea Ernst Lubitsch y sus películas. Uno creía que no podía tocar el cielo con las manos, pero él lo trajo a la tierra, y debe ser el cielo más humano. Con toda la elocuencia y el encanto de este director, nos acercamos a la vida de Henry Van Cleve, un hombre de Nueva York que muere y va al infierno. Antes de que el Diablo decida si debe entrar o no, Henry repasa sus amores, sus infidelidades y sus torpezas. Esto se cuenta desde el umbral de la comedia, pero con la vivacidad de quien encuentra hondura en los temas existenciales, logrando radiografiar la espina del matrimonio sin cinismo ni moralismo, sino con ironía y afecto.
Todo empieza con un tono de fábula y con ese Technicolor que nos grita que vale la pena estar vivos. La voz encantadora de Don Ameche nos arrastra por setenta años de vida, haciéndonos cómplices de sus juegos y trucos, hasta llevarnos a su gran hito: Gene Tierney. Su encuentro es la historia del cine romántico. Henry, haciéndose pasar por librero, la conquista con un consejo inesperado: “no compre ese libro”. Y Martha, en un instante, salta hacia su propio corazón y descubre que existe una vida allá afuera, lejos del compromiso que sus padres le impusieron. Solo Lubitsch podía jugar con el flashback dentro del flashback para construir ese instante en la biblioteca en medio de la fiesta, donde Henry y Martha se fugan hacia una vida libre.
Pero acá se centra todo: el flashback es claramente una decisión y no una mera técnica. Así, ya nos mostraba al cine como dispositivo y motor de memoria, como juego para la redención y el repaso de nuestra vida. Se trata de una elección que abre camino a lo que luego retomaría con aún más profundidad Frank Capra en It’s a Wonderful Life (1946).
Como siempre en Lubitsch, tenemos los personajes satélite que elevan la historia, como el abuelo de Henry, un magnífico Charles Coburn que funciona como padrino, consejero y cómplice. Él le recuerda a su nieto que sea fiel a sí mismo, pero sobre todo que cuide a Martha. La mejor escena pasa cuando están juntos y van a buscar a Martha a la casa de sus padres, tras la primera crisis matrimonial. Abuelo y nieto, espiando por la ventana, conversan y hacen caras; pura comedia en estado Lubitsch.
Y cómo no nombrar a Martha, otro gran personaje femenino con agencia. Algunos dirán que es simplemente el motor o brújula moral de Henry, pero es mucho más que eso. Ella decide escaparse, ella quería entregarse a él, ¿acaso no lo es todo esa confesión sobre que no tenía miedo cuando eran jóvenes? Ella deseaba que él se pudiera acercar más rápido a besarla. Ella decide irse de la casa en la primera crisis matrimonial, ella juega con los celos de Henry. Así Lubitsch supo como darle voz y decisión.
Lo que hace invencible a Heaven Can Wait es su tono fabulesco, divertido y a la vez profundo. Es un estudio sobre la vida en pareja, sobre la convivencia y sobre las crisis que inevitablemente llegan. Nos recuerda que las miserias estarán siempre, pero que también el amor, ese amor imperfecto, humano y cotidiano, es lo único que no puede esperar.




