
El menor del trío de hermanos Barrymore que marcó las tablas y la pantalla a principios de siglo XX, también conocido como The Great Profile, damas y caballeros, con ustedes: John Barrymore. Y no cualquier John Barrymore.
Tras sus primeros trabajos en el teatro eduardiano, John realizó una serie de producciones británicas, entre las que se encontraba su inolvidable Hamlet de 1922. A partir de allí, lo llamaron con un epíteto previo al del gran perfil: the greatest living American tragedian.
Luego de seis meses de preparación, la obra se estrenó en noviembre de 1922, bajo dirección de Arthur Hopkins, fue un éxito rotundo y duró 101 funciones, para romper el récord de 100. Los críticos recordaron el estreno como un evento memorable en la historia del teatro.
El Hamlet de Barrymore era un tipo común, un «joven normal, sano y vigoroso que simplemente se metió en un lío demasiado grande para él», en palabras del actor. Así lo entendió Orson Welles también, quien lo destacó como su Hamlet favorito y lo definió como «un hombre de genio que resultó ser un príncipe».
En el mayor encanto del teatro reside también su mayor tragedia: nada puede registrar y capturar la esencia de su acontecimiento. A diferencia del cine, es efímero y sucede solo en el momento en el que se llenan las butacas. Con el teatro de la época que cubrimos aquí, apenas nos quedan registros fragmentarios.
Es por eso que puede que el gran Hamlet del siglo XX esté perdido en la historia, aunque no del todo. Los destellos de su icónico personaje acompañaron a Barrymore durante toda su carrera. A continuación pueden ver una prueba de 1933 para una película que no se hizo, así como escuchar una grabación del soliloquio To be, or not to be de 1937.