Inherit the Wind (1960) – Stanley Kramer

En base a una obra de 1955, que a su vez ficcionaliza un juicio real de los años 20, Stanley Kramer nos presenta una historia en la que la ignorancia es la gran espectadora de un juicio sobre la razón y la fe en el pueblo Hillsboro. Allí se encuentran Fredric March y Spencer Tracy, dos viejos amigos a los que sus ideas los llevaron por caminos diferentes. Ambos piensan de manera opuesta y mantienen un debate apasionante en la corte, mientras una comunidad enardecida de ignorancia espera para prender fuego al acusado, interpretado por Dick York, un profesor de secundaria arrestado por dar una clase sobre Darwin.

Como corresponde a una historia que gira en torno al debate, el diálogo no solo es el protagonista sino que es un arma punzante para cada uno de los personajes. En esta confrontación esta claro que no se debaten solo ideas, sino palabras, y la palabra de la evolución se presenta como un desafío directo a la palabra de Dios, sin posibilidad de que ambas dialoguen. Entre el fiscal (March) y el abogado defensor (Tracy) se manifiesta la incomprensión del otro, como sucede con quienes sostienen posturas contrapuestas, pero hay una conversación que sucede entre ellos, gracias a que compartieron una amistad, que es la que no sucede entre los habitantes de Hillsboro.

Pero este film no es solo una serie de discusiones brillantes. En diferentes momentos, Kramer mueve la cámara como si tomara a uno de los personajes como eje del plano y la rota mostrándonos los diferentes lados de cada actor en pantalla. Ese traslado visual enfatiza una trama centrada en mostrar distintas visiones de mundo, algunas más «blanco o negro», algunas más complejas.

En otro maravilloso paseo de la cámara, una escena refleja una gran mesa presidida por un Fredric March a los gritos, que pasa a quedar en segundo plano frente a la pequeña mesa solitaria de Spencer Tracy que pronto invita a la mujer de March (una divina Florence Eldridge) a sentarse y ambos comparten una conversación menos estridente y más profunda. El eco de las voces de la mesa de al lado siempre queda, y así la escena condensa el debate de ideas, los conflictos que este genera, y los distintos modos de vida en un momento en apariencia tan trivial como una comida en un salón.

Eso de mostrar el gran combate de ideas desde una situación pequeña también se presenta en lo que pasa con la familia del reverendo Brown, cuya hija está comprometida con el acusado y se ve dividida entre el amor y la fe. El padre es tan extremo en su visión del mundo que olvida las bases de la fe que predica y el personaje de March, el abanderado del creacionismo, aparece para recordar la verdad de esa fe. Así se encarna la frase que Tracy le dice a la hija: «No es tan sencillo como eso, bueno o malo, blanco o negro, día o noche. ¿Sabías que en la cumbre del mundo, el crepúsculo dura seis meses?».

Una mención aparte merecen las actuaciones de todo el reparto, que le dan vida a ese texto tan afilado, cómico y profundo que atraviesa toda la película. En los estilos de actuación y en las caracterizaciones también están expresados el contraste y la discusión de ideas. Fredric March es el más intenso de todos, con un maquillaje que lo asemeja más a Abraham Lincoln que a sí mismo, y con una declamación enérgica tan inverosímil que solo lo vuelve más realista. En contraposición, Tracy parece estar cansado de vivir y cumplir con su deber casi como por rutina. El tercero en la ecuación no pasa desapercibido. Gene Kelly es el paladín del cinismo en esta contienda y, además de ‘hacer cosas detestables por las que lo aman y cosas encantadoras por las que lo odian’, se dedica a pronunciar las líneas de diálogo más perspicaces e hilarantes del film.

El contenido del debate queda de alguna manera en un segundo plano, donde solo los personajes menos profundos -denominados por el mismo March como simple folks– viven atrapados en esa lógica del blanco o negro. Lo específico del debate entre ciencia y religión o la evocación al macartismo son cuestiones contextuales que no hacen al núcleo de poder del film. En definitiva, lo que se lleva a juicio no es ni Dios, ni la Biblia, sino la condición humana, que tiene esa complejidad que queda por fuera de toda lógica de extremos absolutos. Como dice Florence Eldridge: «Mi marido no es ni un santo ni un demonio. Es solo un ser humano y comete errores». Lo fascinante de cada escena es ver a los personajes resistir, cuestionar, desafiar y entrar en conflicto con la posibilidad de errar.

  • Imagen de perfil de Betania Vidal

    Completamente apasionada por el cine clásico y la música de antes. Negada a dejar caer en el olvido a los artistas que ama. Redactora y creadora de Edición Sunset.

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