An Affair to Remember (1957) – Leo McCarey

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Lágrimas de paraíso

«El Empire State es lo más cercano al paraíso que podemos estar» le dice Deborah Kerr a Cary Grant en An Affair to Remember (Algo para recordar) y esa línea resulta en una epítome de lo que significa ver este film: es verdaderamente avistar el paraíso. Por más hipérbole que suene, así es el amor romántico y no tiene nada de malo entregarse a la magia inalcanzable que transmite cada vez que uno accede a esta pieza cinematográfica que compuso doblemente el director Leo McCarey.

Vale aclarar que las remakes no son una concreción de ahora. Siempre estuvo esa posibilidad y no siempre significan algo negativo; algunas entregas pueden convertirse en una oportunidad provechosa. En el caso de An Affair to Remember, se trata de una remake que el mismo director lleva a cabo de Love Affair de 1939 con Irene Dunne y Charles Boyer, y resulta en una revancha favorable donde el technicolor, el cinemascope y la nueva pareja elevan esta historia de amor que de acuerdo a casi el mundo entero es una de las películas más románticas y bellas de la historia del cine.

El creador de esta historia era un aficionado del amor porque no hay nada más soñador en la fórmula del romanticismo que un medio de transporte y dos desconocidos, dos ingredientes que seducen porque denotan transformación. Pensemos en nuestro cine contemporáneo: Antes del amanecer de Richard Linklater, en donde en un tren se ven por primera vez Celine y Jesse, dos extraños que no serán lo mismo después de ese encuentro y los espectadores ya no veremos a un tren con los mismos ojos. Estoy segura que el gran Linklater puede haber bebido inspiración de McCarey y su Algo para recordar porque generan las mismas sensaciones poderosas: dos extraños no serán los mismos después de su viaje marítimo en un crucero donde el galanteo entre burbujas de champagne rosado se convierte en flechazos.

En An Affair to Remember seguimos a dos elegantes desconocidos: Nickie Ferrante, interpretado por Cary Grant y Terry McKay, interpretada por Deborah Kerr, que se conocen y se enamoran en el transatlántico ‘Constitución’ que paradójicamente lleva el nombre del compendio de leyes porque en el amor no hay reglas y porque esta relación estará timoneda por el deber ser y la prudencia será su guía.

Hay miradas, galanteo, hay pasión que burbujea, pero el único obstáculo es que cada uno está comprometido. El vasto azul del mar es testigo de estas dos almas que se encuentran en su viaje de Europa a Nueva York y que pronto la profundidad del mar desnudará sus polos opuestos para unir estos corazones que tienen más en común de lo que creen: disfrutar del amor.

Pero donde florecen es cuando hacen una mística parada en la casa de la abuela de Nickie, una tiernísima anciana llamada Janou cuya morada parece ser sobrenatural. Una casa rodeada de flores, donde la milimétrica puesta es incisiva para que estos dos extraños revelen su verdaderos sentimientos. «Es un buen lugar para sentarse y recordar, pero tú aún tienes que crear tus recuerdos».

Así es como el intercambio en esta morada ofrece el puntapié para que Nickie y Terry finalmente revelen sus sensibilidades y se rindan ante su atracción. Pero la sensatez y la cautela encabezan en el barco ‘Constitución’ y McCarey juega con el formato cinemascope, la puesta en escena y los encuadres para que la audiencia entre detrás de la pantalla y hasta los pasajeros del barco estén atentos a los movimientos de estos tórtolos.

Sin dudas, el director muestra una comprensión profunda del juego y la fantasía al conceder uno de los besos fuera de campo más prodigiosos y quirúrgicos, y porqué no uno de mis preferidos en el historial del romanticismo. De alguna manera, esto sella nuestro apoyo a esta nueva pareja, a quienes deseamos ver juntos al final, sin importar las circunstancias.

Pero el c’est la vie, como dice el personaje de Kerr, se presenta y, en un momento donde las espinas aparecen, su plan de encontrarse en seis meses en la cima del Empire State se ve aguado por las circunstancias más difíciles a las que la encrucijada de la vida suele enfrentarnos. El director sabe que en su lienzo hay texturas, matices entre momentos de diversión y melodrama que culminan en una épica de lo espinoso, y nos recuerda que nunca hay que dejar pasar la felicidad.

“Seríamos tontos si dejáramos que la felicidad nos pase de largo”.

La hija de Cary Grant confesó en una entrevista con TCM en diciembre del año pasado, cuando el programa le dedicó el mes al actor, que cada vez que mira esta película termina con lágrimas en los ojos y dejenme confesarles que quien escribe tampoco sale ilesa cada vez que la ve. También he derramado lágrimas ante la dulzura de Kerr y la sensibilidad de Grant, quienes en ese final condensan todo lo que uno ama del cine, todo lo que soñamos del amor, todo lo queremos recordar para siempre. Son lágrimas de paraíso.

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