
Tiempo de celebrar a un artista que es la avasallante potencia del entretenimiento encapsulada: casi nueve décadas de carrera, más de 300 películas y un éxito de taquilla en la mejor época del cine de estudios. Mickey Rooney fue niño del vaudeville, estrella adolescente en MGM y sinónimo del espectáculo para varias generaciones de espectadores.
Hijo de una chorus girl y un vaudevillian, apareció en escena con menos de dos años y a los seis ya estaba en el cine, en una serie de cortos silentes en los que interpretaba a «Mickey McGuire». En 1935, fue Puck en A Midsummer Night’s Dream y pronto entró a MGM, donde lo esperaba la fama.
En el estudio del león se mimetizó con la figura del atolondrado Andy Hardy, a quien interpretó en catorce películas entre 1937 y 1946. Allí se volvió símbolo de la juventud norteamericana en una apuesta de historias para toda la familia que hizo Mayer. En la misma época, formó con Judy Garland una de las duplas más queridas de los musicales del estudio. Con ella protagonizó diez películas —incluidas algunas de la serie de Andy Hardy— como Babes in Arms (1939), Strike Up the Band (1940) y Girl Crazy (1943).
En 1938, comprobó que podía manejar el drama tanto como la comedia ligera en Boys Town de Norman Taurog, que protagonizó junto a Spencer Tracy. Otros roles dramáticos incluyen los de The Human Comedy (1943) y National Velvet (1944), ambas dirigidas por Clarence Brown. Tras entretener a las tropas durante la guerra, viró hacia la televisión y la radio y su presencia en la pantalla grande se redujo; los papeles para un eterno joven pelirrojo de un metro cincuenta con múltiples talentos no abundaban. Algunos de sus roles dramáticos de la época incluyen The Bridges at Toko-Ri (1954), The Bold and the Brave (1956) y Requiem for a Heavyweight (1962). También participó en Breakfast at Tiffany’s (1961) e It’s a Mad, Mad, Mad, Mad World (1963).
Además de ser convocado por Francis Ford Coppola para The Black Stallion, en 1979 tuvo su debut Broadway con Sugar Babies, un homenaje al burlesque junto a Ann Miller, con más de mil funciones y cinco años de gira que lo devolvieron al centro de la escena del entretenimiento tras cinco décadas de carrera.
Mickey vivió hasta 2014 y trabajó hasta sus últimos días. No hubo cambio de formato u obstáculo en su carrera que le impidiera seguir desbordando de talento en cada trabajo, por más sencillo que fuera. Además de cantar, bailar, hacer drama y humor y tocar varios instrumentos, Mickey tenía un talento particular para conquistar al público para el que la palabra carisma queda muy corta.
Fue “lo más cercano a un genio”, en palabras de Clarence Brown, y «el mejor actor de todos», según Laurence Olivier. Aquí lo definimos como una poderosa fuerza del arte por la que no se puede evitar ser tomado y la encarnación del espectáculo, siempre dispuesto a ponerse bajo las luces para llevar al público en un viaje frenético de entretenimiento.



