
Mario Soffici lleva su cámara a la selva misionera para contar una historia que brota de la leyenda Guaraní de la flor del Aguapé. Con un prólogo poético y en silencio, la historia se desprende de esta flor que viaja en el río y lo que vamos a ver es el desarrollo de esa leyenda encarnada en los personajes. El capitán arranca una flor atrayendo la desgracia y, a la vez, a otra flor, el personaje de Elisa Galvé, cuya pureza llega para transformar a los tres hombres del río.
Allí la inocencia más pura se cruza con la violencia cruda de los alcohólicos encallados. Pero la marea puede subir y el barco desencallar solo con la dulzura de ella y un pesebre hecho con amor en Nochebuena.
En este barco que parece transitar un río maldito también convive Leticia Scuri, que tiñe todo de humor y emoción en partes iguales. Su historia está en el fondo de la escena pero atraviesa la de todos de la forma más profunda. Con cada una de sus líneas nos regala los mejores insultos, sarcasmos y remates filosos.
Lamentablemente, hay que apreciar esta película a través del filtro de una copia a la que le quedan retazos de imagen y sonido. Sin embargo, la poesía de Soffici traspasa el deterioro y la ausencia de preservación. Incluso con unas pocas sombras y luces amorfas se puede sentir la pesadez trágica de un cruce a través de la niebla. Es un cine que viaja como esa flor en el río: sobrevive a los pozos y a los remolinos y, si la cortás, te cae la maldición.
Leo a veces que en el cine de Soffici el paisaje es más importante que los hombres, pero, al menos en Tres hombres del río, el paisaje es los hombres.