
Un cuento de invierno que sigue brillando
¿Voy a arrancar cada clásico de Chaplin preguntándome lo mismo? Puede que sí.
¿Qué se puede decir sobre La quimera del oro, cien años después de su primera proyección? Seguramente nada nuevo. Pero ojalá estas humildes palabras, un poco repetitivas, quizás, sirvan para invitar a más personas a tener su encuentro con esta película, a por lo menos hurgar qué hay detrás de esas imágenes en blanco y negro.
Esta es una obra maestra de Charles Chaplin que reúne todo lo que el autor sabía hacer. Agarrar con la palma de su mano la tragedia, meterla en su sombrero y sacarla, como buen mago, transformada en la mejor comedia, iluminada con destellos de ternura.
En este caso, la tragedia es una historia sobre la fiebre del oro, pero en realidad el maestro Chaplin consiguió un cuento de invierno. Se trata de un relato sobre lo efímero, el hambre, el frío, el delirio, la esperanza, el amor no correspondido y las pequeñas batallas del día a día; un cuento de invierno que ha soportado las heladas más duras a lo largo de los años, por la fragilidad humana de su vagabundo, por los temas universales que aborda y por la maestría y eficiencia de sus artilugios cómicos.
Primero, detengámonos en la comedia. Aquí vamos a encontrar al Chaplin que se ríe del hambre como única herramienta para sostener la dignidad ante la adversidad. Esa cabaña se transforma en un paraíso donde cocinar una bota como un manjar no es solo eso. Es una bota hervida pero también es una coreografía y el sabor de la honradez.
Otro punto alto es el gag de la cabaña a punto de caer por el acantilado; un fotograma que será fuente inagotable de comedia. Y ya sabemos de dónde se inspiraron los Looney Tunes para su temporada de cazadores: Bugs Bunny y el Pato Lucas siguiéndose con escopetas como el mismo vagabundo de Chaplin y Jim. O ese momento delirante en que el hambre hace imaginar un pavo al punto de creerlo real. Aquí hay trucos y más trucos, todos salidos del arsenal de Chaplin; una puesta en escena de su genio como explorador de la risa.
Pero esta comedia no es solo eso. La quimera del oro está inspirada en la fiebre del oro de Klondike y fue rodada en parte en Sierra Nevada. A través de paisajes nevados, Chaplin nos muestra quizás a su vagabundo más trágico, cuya verdadera búsqueda no es el oro, sino ser visto, ser querido y tener un lugar. Su propia mina de oro es el amor. Porque en el fondo, esta historia nos habla del deseo de dejar de ser invisibles.
Y entonces aparece Georgia Hale, una flor en medio del hielo. Su presencia lo es todo en la película. El vagabundo no solo se enamora de ella, sino de la idea de ser digno de su amor. Y qué decir del sueño de Año Nuevo, cuando tienen esa cita inventada, uno de los momentos más crueles y tiernos del cine de Chaplin. Porque esa secuencia solo existe en su cabeza, pero en nuestros ojos es como si fuera real. Esa coreografía de los pancitos grita el deseo de ser visto.
Después de cien años, La quimera del oro no tiene fecha de vencimiento. Porque sigue siendo el retrato de cómo la adversidad puede calarse en los huesos, pero también de cómo el sentido del humor, en un vagabundo de sombrero y bastón, puede ser lo único que nos quede para resistir este mundo que sigue girando, pero que se vuelve más áspero cada día.