
Con la casi primera película sonora argentina (estrenada una semana después de ¡Tango!) y la primera con narrativa nos adentramos en tres de las más fervientes pasiones de nuestro país: el fútbol, el tango y el cine. Este hito de los estudios Lumiton, dirigido por Enrique Susini y con fotografía de un John Alton traído de Hollywood, da inicio a nuestro cine de estudios y a su star system, y lo hace con una historia profundamente argentina.
Además de ser el prólogo de nuestro cine sonoro, Los Tres Berretines es el comienzo de la carrera de la primera gran estrella argentina: el talentosísimo Luis Sandrini. Con solo verlo en una escena no se puede hacer más que quererlo. Es la mezcla perfecta de humor y ternura personificada en un tipo al que todo le parece macanudo.
Sandrini está como el país (en 1933 y siempre): tiene la crisis, y anda mendigando cinco mangos, pariente por pariente, para poder hacer su tango. Los otros hermanos se reparten un drama de diferencia económica en el amor y uno de aceptación paterna, lugares arquetípicos de la identidad nacional. En cuanto a las mujeres, el problema es terrible: les prohíben ir al cine.
En el paisaje de esta simple pero bella historia porteña aparecen un joven Aníbal Troilo y Osvaldo Fresedo, los bares, los inmigrantes, los oficios, un poeta bohemio que escribe letras a cambio de un café con leche y la Doble Visera del club Independiente de Avellaneda.
Muchos años más tarde, una película nos hablaría de un tipo que no puede cambiar de pasión y si hay un berretín que engloba a los tres es ese: una pasión que no te deja pensar en otra cosa. Ellas prefieren el cine a la cocina y ellos el tango y el fútbol a tener que trabajar. Aunque al principio parezca que trae conflictos, finalmente es la pasión la que resuelve todos los problemas.