
Este mes queremos hablar de una película señalada por abrir las puertas al cine erótico en nuestro país. Carlos Hugo Christensen dirige una historia inspirada en la novela Sapho de Alphonse Daudet y, como lo indica su título, pone a la pasión, y no al romance, en el centro de la escena.
El protagonista, Raúl de Salcedo, interpretado por Roberto Escalada —quien a partir de este papel se consagraría como galán—, parte de Mendoza a Buenos Aires en busca de un futuro que no solo significa un trabajo estable sino la posibilidad de salir del país y descubrir el mundo. Al llegar, se enfrenta enseguida con la tensión entre el deseo y el deber, representada en dos figuras femeninas que el público de la época reconocería de inmediato: Mecha Ortiz como la femme fatale Selva, o Safo, y Mirtha Legrand como la ingenua Irene, hija del nuevo jefe de Raúl. Los créditos destacan a esta última por haber aceptado un rol secundario a pesar de ya ser una primera figura.
La película propone dos espacios tradicionales bien claros: Mendoza, el campo, es la tierra de la tranquilidad del día, la rectitud y la familia, mientras que a la trastornada Buenos Aires le queda ser la tierra de las tentaciones de la noche y el desastre, para variar. Esta oposición se muestra desde el primer evento social de Raúl en la ciudad: una fiesta de carnaval —aquel momento en el que todos los valores sociales y morales se invierten— llena de mujeres que lo besan de prepo. Safo, la más misteriosa, rodeada de sombras, telas y humo, lo iniciará en una pasión de cuyas redes nuestro protagonista no podrá salir.
Desde el inicio aparece la imagen que simbolizará el peligro de las pasiones durante toda la película: la sensualidad casi ominosa de la estatua de Safo. También son frecuentes las telarañas que rodean a Selva, símbolo de la trampa en la que ha caído Raúl y de la imposibilidad del protagonista de cumplir su anhelo inicial. Su deseo de abandonar el país y explorar el mundo se revela tan inalcanzable como cualquier otro destino honesto. La trampa es absoluta y la única salida, la perdición. Lejos de la mirada simplista de la mujer fatal que arruina la vida de un pobre tipo, la construcción de Raúl nos muestra a un hombre humillado, que reconoce su propia debilidad y elige voluntariamente su tragedia.
Las cartas funcionan como otro hilo que va tejiendo el vínculo de la pasión. Después del primer encuentro, Raúl intenta escribir a su familia pero es interrumpido por el humo envolvente del cigarrillo de ella. Cuando descubre la verdad sobre su pasado, intenta quemar las apasioandas cartas. Al pretender destruirlas para iniciar un nuevo rumbo, se vuelve a reunir con ella y eso mismo será lo que lo lleve a encontrarse con la última carta fatal.
Tomando al melodrama y a la enseñanza moral como marco, Christensen introduce una temática potente y novedosa en nuestro cine que encontró un público ansioso por indagar en las oscuras pasiones de sus protagonistas, con un éxito absoluto en las salas. La historia se potencia con una fotografía cargada de sombras, tan densas como sus personajes, y con una dirección que maneja con precisión los contrastes entre los espacios y la psicología de quienes los habitan.
Antes de la sentencia de la palabra escrita de las cartas, la tragedia es signada por los tres deseos que salen de la boca de Selva como un hechizo de destrucción: Que me quieras siempre. Que me quieras siempre. Que me quieras siempre.



