Gilda (1946) – Charles Vidor

Póster de Gilda

El pelo de Gilda, el capilar del no

El apéndice de películas de cine negro de la década del 40 está marcado por diferentes sombras que acontecían en ese momento, entre la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. Pero la que parece cada vez más singular y extraña, en el mejor de los sentidos, es Gilda, de Charles Vidor.

Creo que no hay película más oscura en cuanto a cómo las relaciones comienzan a desvanecerse cuando el mundo se cae a pedazos; donde la desconfianza se infiltra en cada esquina, el pasado es una sombra que se arrastra y la toxicidad se vuelve una forma de vida. Un mundo donde ya no hay lenguaje posible entre dos personas.

Gilda no es solo un noir. Quedarse con que tiene una femme fatale como Rita Hayworth es reducirla a un arquetipo, es contemplar apenas un pasaje del relato. Se trata de una exploración profunda de la complejidad de las relaciones humanas en un contexto de ruina emocional. Vidor filma la tensión, la triangulación y la confusión, y transforma ese relato íntimo en una obra atemporal.

Ambientada en un Buenos Aires de estudio, con acentos falsos y un casino que simula ser porteño, aparece Glenn Ford como Johnny Farrell, un lobo herido. George Macready interpreta a Ballin Mundson, el magnate que observa y controla desde la altura de las oficinas del casino. Rita Hayworth irrumpe como Gilda, una mujer a la que tarde o temprano no podrán dominar.

Tal como anticipa la primera escena, lo que veremos será un juego de relaciones enfermizas. Nadie sabe realmente qué quiere; solo parecen querer ganar, aunque no esté claro qué significa eso.

Pero solo Rita Hayworth puede ganar. Nadie respondió como ella a la jaula emocional en la que vivía. Nadie hizo una respuesta tan icónica a la domesticación. Su striptease de Put the Blame on Mame, quitándose los guantes pero sin desnudarse, sigue siendo una de las escenas más potentes del cine clásico.

Aunque lo que me encanta, cada vez que la veo, es el pelo de Gilda. En pocas películas el cabello de una mujer dice tanto como en esta. Esa cabellera suelta, incontrolable y fuera de cualquier parámetro es toda la esencia de nuestra protagonista. Es lo único de ella que no se deja disciplinar. Lo único que se mueve como un látigo. Lo único que no podrán domesticar.

En este film el deseo no encuentra lenguaje, la lealtad se confunde con la posesión y el amor se diluye en el juego de poderes. Quizás, por eso, lo que queda flotando es el movimiento de ese cabello: indomable, libre y eterno.

  • Foto de perfil de Mery Linares

    Soy una humilde amante del cine clásico de Hollywood. Cada vez que veo una película de esa época, la historia revive y, con ella, también yo. Defiendo a los musicales con el alma porque, como decía Gene, ahí se bailan sueños. Con el cine de antes mi corazón siempre encuentra su ritmo y acá, como redactora de Edición Sunset, espero que encuentren el suyo.

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